Carlos Luis Apalabrado: Tercera entrega

Por: Rita Isabel

Apalabrar = Dicho de dos o más personas: concertar de palabra algo.
Palabras afines: acordar, concertar, pactar, dar la palabra

Un martes 13… me repito. El martes 13 de mayo pasó, como pasó el 13 de abril: sin letras para el festejo, aunque sí luna llena y el deseo de cumplir con la palabra dada. En esta ocasión el tiempo para escribir se esfumó. Ese día no pude quitarme el sombrero de Guía Montessori hasta que el sueño me venció. Mas en mi defensa la anécdota para este escrito lleva añejándose en la punta de mis dedos desde la mañana del sábado 19 de abril.

Mi rutina sabatina incluye pasar las mañanas en casa de mis padres: Ramonita Letraherida y Carlos Luis Apalabrado. La anécdota que hoy compartiré (en el orden que dicta la memoria, tejido que no sigue una secuencia lineal, sino un zigzagueante vaivén de recuerdos) nació en medio de ese hábito familiar.

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Estoy frente a la lavadora, saco poco a poco las piezas de la tanda de ropa que eché a lavar tempranito, porque como suele decir Carlos Luis: “al que madruga, Dios lo ayuda”. Tomo cada pieza y tiendo cada una en los cordeles para que se sequen al sol. Carlos Luis Apalabrado anda por aquí y por allá en su patio, huerto, jardín. En esa buenandanza, se acerca y me pregunta: ¿Tú sabes quién es Julio Pinto Gandía? Respondo que sí mientras desempolvo en mi cerebro mis conocimientos sobre uno de los sobrevivientes de la Masacre de Ponce. Me comenta su pesar por lo que le ocurrió al licenciado y me dice como quien comenta un dato muy preciado: él iba a ser el sucesor de Albizu y lo desaparecieron. Me lo dice sobrecogido, pero sobre todo compungido. Respondo una obviedad: Nunca se supo qué pasó con él. Provoco con esa respuesta que él se desborde en recuerdos. Evoca con vaguedad aquellos tiempos: habla de los asesinatos, de los arrestos, de la persecución. Aquellos tiempos que llegan a mí a través de los libros y de las pláticas del Apalabrado y la Letraherida en conversaciones de sobremesa o de largos paseos en auto; son sus tiempos y por ello también parte de mi historia personal, además de colectiva. La historia viva roza mi existencia.

Carlos Luis divaga, brinca en el tiempo y me cuenta de cuando solicitó trabajo en la Oficina del Contralor del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Lo investigaron… Lo visitaron en la casa de Levittown que fue el primer hogar de los Apalabrados y Letraheridos cuando aún mi vida no comenzaba, pero mi historia sí. En aquella visita le advirtieron (usa ese término y no comunicaron o informaron) que todo estaba en orden excepto que almorzaba en una fonda que sus dueños eran nacionalistas. Debía dejar de frecuentar ese lugar, esos lugares. Esa mancha en su historial la pasaron por alto y consiguió el trabajo.

Le pregunto por el nombre de la fonda, pero no lo recuerda, sólo recuerda dónde queda. Me comenta con añoranza que le gustaría verificar si sigue allí, me prometo llevarlo en algún momento por aquellos parajes. Me explica que almorzaba en aquella fonda porque la comida era rica, económica y el servicio excelente. Le pregunto si dejó de almorzar allí luego de la advertencia. Responde que sí, pero no por la amenaza (usa ese término y no advertencia), sino porque el nuevo trabajo quedaba lejos de la fonda. Afirma que de lo contrario no hubiese dejado de almorzar con ellos. Le creo.

Regresa al tema de Pinto Gandía. Se arrepiente de no haber preguntado en la Casa Museo Filiberto Ojeda Ríos si sabían qué pasó con Pinto. Visitamos la casa museo como viaje-festejo por su cumpleaños. Nuevamente el tono es de pesadumbre. Me confiesa que cada vez que siembra un árbol le pone el nombre de un nacionalista. A los árboles de cacao que logró con las semillas que le regalaron en la visita a Hormigueros los bautizó con el nombre de Filiberto.   

Regresa al que sustituyó a Albizu Campos en la presidencia del Partido Nacionalista en 1936 (el año en el que él nació ) y me pide con tono casi de súplica que averigüe qué pasó con Julio Pinto Gandía.

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Me pregunté (y me pregunto) cómo podía pensar que tengo la capacidad de resolver un misterio que nadie ha podido develar en décadas. Mientras una parte de mí se preguntaba esto, otra decía: ¡Eureka, ya tengo la próxima entrega!

En la contraportada de libro ¿Quién mató a Pinto Gandía? de Carlos Quiles, se menciona:

«Don Julio Pinto Gandía, nacionalista puertorriqueño, bravo, firme, indoblegable… Desapareció de los ojos del mundo, se lo tragó la tierra en algún momento a partir de las siete y treinta minutos de la noche del día 18 de septiembre de 1976.» Más adelante añade: «Se lo llevaron, lo desaparecieron y no se sabe quién ni por qué».

Don Carlos Luis Collazo Rodríguez, apalabrado puertorriqueño, trabajador, laborioso, libre pensador… acompañado con sus tres retoños (una chica que estaba a unas semanas de cumplir los 10 años, un chico que en diciembre cumpliría unos seis y una bebé de casi seis meses), en algún momento, a partir de las siete y treinta minutos de la noche del 18 de septiembre de 1976 probablemente escucharía el ulular de un múcaro y meditaría: ¡Cuán lejos he llegado y a tantos lados!     

De mes en mes, de trece en trece (o cuando el tiempo lo permita) festejaremos con palabras anecdóticas y brindaremos por el Apalabrado que llegó lejos y a muchos lados.

¿Hasta cuándo? Hasta el 13 de marzo de 2026.
¿Por qué? Ese día el abuelo de Libros Pasajeros (mi papá), cumple 90 años.

¡Festejamos a tiempo y a destiempo!

Publicado por Libros pasajeros

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