Me dispongo a caminar a la librería del área. El barrio que era antes, destruido por los embates de un huracán reciente, es ahora un conjunto de sueños glorificados. Una esquina de la avenida y sus edificios aledaños componen un mundo ideal, donde no hay paredes despintadas, donde cruzamos los mismos, los de siempre.
Al menos, si estas en busca de intelectualidad y saberes allí están disponibles.
Mesas llenas de lecturas nuevas y viejas se amalgaman en anaqueles perfectamente ordenados.
El que ordena y atiende en ese mágico lugar, es un autor de los nuestros, olvidé su nombre, solo reconocí el rostro serio, puntual, con la sonrisa en sus labios y también su demencia.
Nos cruzamos saludos mañaneros, felicitaciones de un año que está por comenzar, y del que no sabemos que traerá, o en realidad lo sabemos (creo que ambos sabemos) y lo ponemos debajo de la mesa, mientras hablamos.
Cual ratón de biblioteca, rebusco en lugares que creo no haber visto, en tantas visitas que he hecho a ese lugar. Los anaqueles son iguales, los títulos nuevos, o el recuerdo no me deja llegar, los he repasado en más de una ocasión.
Nuevos autores y autoras se cruzan en mi camino, de Brasil, clásicos de Rusia, poemas del Caribe y agradezco a las manos que se ocupan de traducirlos y ponerlos en textos que leemos en el idioma materno.
Ahí me siento, selecciono, Mare Nostrum, dice de poemas de una de las nuestras, y otro de un autor ruso que cuenta las rebeliones de uno de tantos países oprimidos, a ver si aprendo algo.
Ordeno el café, me siento, hojeo poemas, escojo los que voy a leer hoy y llegan de manera intempestiva, ruidosa, irrespetuosa para mí un grupo de varones, a sentarse a la mesa, donde calladamente, estoy leyendo.
Ninguno dice buenos días, creen que no es importante, no cruzan mirada ni conmigo, ni con algún ser vivo de las mesas aledañas.
Antes de su llegada, estaba sola en la mesa, ya el silencio no será mi acompañante. Son seis, testosterona “ful”, ninguno saluda, ni uno y eso que levanto mi mirada en varias ocasiones, para darles oportunidad de los buenos modales. Ni unos buenos días. Hablan entre ellos, parecen una manada.
Acomodo mis libros más cercanos a mí, asumo que usaran la mesa para almorzar, aunque hasta ahora no ha habido ningún intercambio. Comienzan a sentarse de uno en uno, el mundo solo para ellos.
Levanto la vista en varias ocasiones, pienso en las madres, tías, abuelas, maestras que tuvieron a su alrededor en la niñez, en la adolescencia, en la temprana adultez. Quizás alguien quiera cruzar mirada, pienso, nada. No hay ni intercambio visual, ni soñar con alguno verbal.
Hay uno del grupo más vocal, como en toda manada. Habla más alto, hace chistes para llamar la atención de los otros y luego los demás lo imitan.
Sacan un aparato de sus mochilas, que no reconozco, tamaño pantalla pequeña, algo electrónico, y cada uno saca uno similar, y lo coloca frente de sí.
Uno le recuerda a otro que ese es su control remoto.
Entre leer y levantar la vista para recrearme en el comportamiento social de este grupo, intento descifrar; no es un teléfono, no es una computadora, no es una tableta.
Todos miran atentos a sus pantallas, son seis, así que asumo por los comentarios, que juegan entre sí. Juegos y aparatos que no existían cuando yo nací en 1966. Ahora comprendo que el juego es compartido. Se divierten, parece, por sus expresiones, sigo en los poemas, menos mal que Mare Nostrum me acompaña. Levanto la vista de cuando en vez y de vez en cuando, por segundos, mi pausa se extiende a varios minutos, a veces, nadie quiere comunicarse, al menos no con humanas que compartimos mesa en un espacio público. Risas, nada. Leo la mitad del libro de poemas, les comienzan a traer sus almuerzos a la mesa, de uno en uno.
Temen soltar el aparato, algo temen soltar. Imagino, llego a conclusiones sin saber. Y luego de uno en uno, lo colocan en la mesa, el aparato, toman sus tenedores y cuchillos (alivio de que no fuesen a comer con las manos) para picar lo que parece pollo. Lo devoran, recojo mis libros, agrupo mi taza del café y mis desperdicios. Quiero irme, vuelvo y miro. Me levanto cuidadosamente, digo en voz audible “Buen provecho”. Uno de ellos el más cercano a mí en la mesa, se digna responder “Gracias”, escucho.
Trogloditas.
3 de diciembre de 2017

Carmen A. Santiago Acevedo: Creadora, observadora de la Vida, ciudadana caribeña, boricua…
Año de nacimiento: 1966 (Mayagüez, Puerto Rico)
Trogloditas: El cuento surgió de manera breve, brevísima, sentada en la Librería AC de Santurce el 3 de diciembre de 2017, año de muchos golpes, mucho dolor, dolor patrio compartido por todos. En esos años, y en todos los años que recuerdo desde adolescente, agarro cualquier libreta y escribo mis pensamientos, lo que siento de una manera espontánea.
Todo paso de manera real, así que asumo es una narrativa anecdótica. Allí, sentada buscando la calma, la serenidad, momentos de lectura, se acercaron los personajes reales de esta anécdota. Solo les añadí una manera de llamarlos. Les nombré Trogloditas, porque en los recuerdos de mi niñez rodeada de familiares adultos, padre, madre, tías, tíos, abuela, una de las cosas que se resaltaba eran los modales. No practicarlos en ese tiempo, era renunciar a tu clan. Ser educada era sinónimo de pertenecer, de ser una ciudadana valorada en la sociedad. Los trogloditas en mi mente se definen como personas, (parecidos a lo que imaginamos en época de las cavernas) que ocupan un cuerpo humano pero que en su actuar, recrean lo peor de sus modales o, como no han evolucionado socialmente, actúan con comportamientos como los que imitan de animales que tienen a su alrededor. Seres humanos que por opción deciden negar aquellas buenas costumbres que muchas personas en sus grupos cercanos les enseñaron. El término exagera, a propósito, sus comportamientos de mala educación y les asemeja más a seres que no reconocen la presencia de otros en su caminar diario y que actúan desde la inconciencia, imitando a otros. El término denota torpeza, desdén, desprecio de las otras vidas, acciones rudimentarias, por eso Trogloditas.
Se me atropellan las palabras al escribir manualmente, porque llegan todas a la vez, como las ideas y así fue al escribir esta anécdota.
Felicito a Libros Pasajeros en su aniversario, por enlazarnos, por ser puente, por mantenerse vivo, presente, tejiéndonos como telaraña.
Carmen en Libros Pasajeros
