Por: Rita Isabel
Se despidieron y en el adiós
ya estaba la bienvenida.
Mario Benedetti
Abuela se está despidiendo y no sé cómo decirle adiós.
Las palabras se enroscan en espiral gongolí,
el cundeamor se queda verde,
las flores de amapola se marchitan,
las vainas de las semillas de miramelindas no estallan
y mis letras se estancan en la punta de mis dedos.
Nuestra abuela se está despidiendo y no sé cómo decirle adiós… porque no vislumbro la bienvenida.
La sietemesina Antonia, nieta de Concepción Rosario y de Manuela Flores (porque sus abuelos no constan en registros, aunque sabemos que el paterno respondía al nombre de Melchor Torres) se está despidiendo. La sietemesina a la que le brotaron personitas, hija de la que habitaba desde el silencio y olía a rosas e hija del que le dio su nombre y su don de amor, se está despidiendo.
Quiero irme con mamá y papá, nos dice.
Nadie debería llegar a esta edad, le dice a mi hermana.
Quiero irme con mamá y papá, repite.
Llegaron hasta la capillita y no los dejaron pasar hasta acá. La capilla solo habita en sus recuerdos… mamá y papá son memoria.
Échame el reloj en una bolsita y llévame hasta el tanque de agua que yo sigo andando hasta casa de mamá y papá, le dice a la cuidadora que la acompaña cuando estamos en el trabajo.
Mi hermana, la mayor de los retoños nietos, se pregunta, ¿a quién escogerá para acompañarla a partir? Mi garganta florece con corona de espinas antes de responder en silencio: a quien lo necesite.
La mayor de los retoños nietos me escribe: Escucho y miro a abuela en su interminable ver pasar las horas. Ella sabe tocar los minutos que van marcando su vida, de tiempo a tiempos, para hacer tan solo aquello que es vital. Solo ella y Dios conocen su mundo interior, su transformación maravillosa y necesaria para transitar en el infinito. En sus silencios y cuando habla sus coherentes incoherencias, se aferra a su fe profunda y certeza de que llegará algún día a su verdadero hogar. El hogar que ya habita en ella y al que desea regresar con papá y mamá en los momentos en que se sumerge en triste añoranza por saber que aún no está. Arropo la mirada y siento. Abuela está hecha de tiempo… abuela es tiempo. Es su tiempo.
A todos nos llega la hora. Todo pasa… dice abuela cuando caminamos alrededor de la casa haciendo camino al andar.
Quiero irme con mamá y papá, eso mismo decía su hermana tiempito antes de morir.
Antonia, hermana de Concepción, Feliciana, Lino, Angela, José y Silvia que descansan en paz; madre de la encomendada al santo sin nacer y mártir sin morir, de la que nació un sábado de Gloria, de la que creció mucho en su vientre y lleva nombre de reina, de la que es testimonio palpable de que el amor existe, de la que nació el día de santa Rosa de Lima y madre del que nació milagrosamente; Antonia Flores Rosario, doña Antonia, tití Toña, Toña, Madrina, la abuela de todos nosotros, y bisabuela de tantos, se está despidiendo.
La sietemesina Antonia, minúscula, que nació con la piel traslucida y temían por su vida, pero se aferró a la existencia con determinación… está hecha de tiempo, voluntad y amor. Abuela es amor.
La ferviente aprendiz, la ávida lectora, la tejedora de ensueños, la devota del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen del Carmen, la gran madrugadora, la que llevaba las cuentas, la jardinera encantadora, la cocinera excelente, la coleccionista de dedales, que andaba en subidas y bajadas, cueste lo que le cueste, de cuesta en cuesta para visitar a los enfermos y llevarles la comunión, la maestra del bordado, amante del silencio, la poblada de aparecidos, la que habita en un te quiero, la que se me extravió en su cabellera sempiterna, la que reza por nosotros, mi abuela niña… se está despidiendo y no sé cómo decirle adiós.
¿Será por eso, que mamá y papá no pasan de la capillita?
