Por: Rita Isabel
Apalabrar = Dicho de dos o más personas: concertar de palabra algo.
Palabras afines: acordar, concertar, pactar, dar la palabra
En La Pica quedó el rastro del pequeño A manos llenas que trabajaba en la panadería tempranito para pagar la matrícula de su escuela y, luego de salir de la escuela, hasta tarde para llevar una libra de pan a su hogar. El mangó centinela se despidió del pequeño Carlin y en su sombra se reflejaron los recuerdos de cuando el hijo de Rosa Rodríguez Aponte rescató media docena de huevos a punto de eclosión que unos chamacos rompían, a sabiendas que estaban fecundados, para ver cómo se estrellaban los huevos y morían los pollitos. Carlin rescató seis huevos, con sus cuidados y el de una gallina culeca: picaron, eclosionaron y salieron a la vida toditos. En las aguas cristalinas del río se escuchó el runrún de los sentimientos de Carlin diciendo adiós: la admiración por el maestro Edelmiro y el respeto místico que profesaba al panadero o respostero Esteban Meléndez.
El maestro Edelmiro Berrios era protestante. Ser protestante en aquella época era sinónimo de prejuicios, juicios y sentencias sociales. Los asociaban con el diablo. Mas Carlin también vivió con el peso de prejuicios y juicios del quédirán. Eso el Apalabrado no me lo cuenta, pero lo sé. Por eso no me extraña cuando dice que respetaba y admiraba al maestro Edelmiro. Berrios tenía un auto: ¡un auto! Era hombre serio, culto y elegante, que vestía con trajes grises y zapatos blancos. El maestro de sus clases favoritas, ciencias y geografía, reconoció su potencial, algo vio en mí dice Carlin rememorando: porque intentó ayudarme a pagar la matrícula de mis estudios, el $1.10: un dólar de matrícula y diez centavos para la Cruz Roja. Repito en mi mente ese: algo vio en mí. El pequeño Carlin, que trabajaba como hombre para llevar el pan, literalmente, a su casa… y pagar sus estudios, no aceptó la ayuda porque su madre le había enseñado a trabajar por lo suyo. Algo vio en el pequeño A manos llenas… y el pequeño de las manos repletas hoy, casi nonagenario, aún se lo agradece: que lo vio.
De Esteban Meléndez me dice, que le gustaría recodar su voz, pero no llega a su memoria porque Esteban era silencio laborioso. El pequeño Apalabrado leyó sus silencios como quien estudia un manual, observó su labor callada como quien ve un video de YouTube para aprender una receta. Así aprendió a confeccionar los deliciosos polvorones (mantecaditos) con los que de vez en cuando nos endulza el paladar. Aprendió el valor del trabajo y el poder de la observación.
Del centro geográfico de Puerto Rico Carlos Luis llegó al Altar de la patria; del sector La Pica en barrio Pueblo de Orocovis al sector La Vega en el barrio Pueblo de Barranquitas. Llegó, como él cuenta, con tres C y una D, un promedio de 1.75. Con ruegos y rezos (probablemente a San Judas Tadeo o San Rita de Casia) su mamá logró que lo admitieran en la Academia Monseñor Willinger, era la única escuela superior en Barranquitas. No fue con ruegos y rezos que pagaron, sino con muchos sacrificios e incesante trabajo por parte de su madre; a él le tocó comerse los libros, aprender las lecciones. Fueron años de mucho estudio y continuaron las carencias. Por su edad fue el único de los hermanos que asistió a la Academia, sus hermanas y hermano menor podían ir a la escuela pública, elemental; su hermana y hermano mayor… se nos escapa el dato. Llegó con 15 años a Barranquitas. A sus quince años los estudios desplazaron el trabajo, cambió el guante para zurdos por unos guantes de boxeo y se unió a los Tarzanes. El río… buscó hasta encontrar las quebradas en la cuna de los próceres.




Allí estaba el joven adolescente en un club para niños y jóvenes estudiantes que participaban de actividades de recreación y deportes inspiradas en la figura de Tarzán. Había grupos en muchos municipios de la isla. No me queda claro si los clubes estaban relacionados a la Liga Atlética Interuniversitaria, pero sí que eran promovidos por productos como Kresto y Denia con el apoyo del periódico El Mundo y una cooperativa. Los clubes gestionaban viajes, pasadías y hasta concursos.


El que fue sentenciado a que no llegaría lejos no sólo llegó a Barranquitas en su adolescencia y estudió en la Academia con dedicación, llegó con tres C y una D y por su empeño se graduó con un promedio de 3.00. También comenzó a visitar otros parajes de la isla como un Tarzán.
De mes en mes, de trece en trece (o cuando el tiempo lo permita) festejaremos con palabras anecdóticas y brindaremos por el Apalabrado que llegó lejos y a muchos lados.
¿Hasta cuándo? Hasta el 13 de marzo de 2026.
¿Por qué? Ese día el abuelo de Libros Pasajeros (mi papá), cumple 90 años.

¡Festejamos a tiempo y a destiempo!

