
Por: Rita Isabel
Tengo una abuela niña con arrugas que se desvanecen cuando saborea memorias y líneas de expresión que se esconden cuando sorbe recuerdos. Ella sigue y persigue las manecillas del reloj, el tic tac del tiempo, como escucha que espera la última palabra. Dice tener un siglo, pero sólo cumple noventa y nueve años a mediados del séptimo mes de este dos mil veinte aventurado; por eso transpira juventud y con cada suspiro camina hacia la infancia.
Mi abuela niña mora en una casa al final de un sendero enredadera. Es un hogar elevado como fronda de un árbol, para llegar a la espesura puedes cruzar un minúsculo puente o subir por una escalera que se sostiene en la belleza de una idea. Si te adentras en sus dominios, es probable que la veas en su trono de madera con cojines de horas y deshoras o asomada por una ventana en busca de las aventuras o desventuras de todos sus retoños. La casa tiene un pasillo infinito que parece dos, una piscina desbordada de hojas, una caja de agua que se hace lluvia y cuartos que cobijan visiones.
Mi abuela niña juega a la memoria, repite mantras y tiene a flor de labios las preguntas quién, cuándo y cuáles son. Si la acompañas a su cuarto, y de camino acaricias con la yema de los dedos las paredes del pasillo, escucharás risas, rezos y secretos. El suelo de su morada es arte de turrón. Hay noches que la casa huela a arroz con dulce, otras a tembleque y una que otra vez a helado de mangó.
Mi abuela niña cierra puertas y ventanas con su voz. Viaja en las noches, visita amistades y cabalga en hermosos corceles. Ella sufre la belleza del que permanece, del que siempre estuvo, del que no se fue. Es una ser de fe.
Mi abuela niña a veces es piel arruga, fina capa y caminar como tortuga. A veces parece que la cuerda se le agota, pero por las llagas de Jesucristo y los abrazos del divino niño la fuerza regresa y el aguante también.
Mi abuela niña inventa historias, a veces ciertas y muchas veces inciertas. En las mañanas pasea por su balcón a vuelta redonda. Ella posa la mirada hasta el infinito para bendecir a su comunidad. En las tardes, antes de perseguir al minutero, se adentra en un libro; puedes escuchar su risa a coro con la de Juan Bobo o escuchar las anécdotas de sus andanzas visitando enfermos con el beato o dialogando con San Juan Bosco y María Auxiliadora. Ella no tiene pelos en la lengua, filtros ni censuras. Escucha lo que quiere y habla lo que no debe.
Mi abuela niña resiste, persiste e insiste. Desayuna remembranzas. Merienda rutina. Almuerza compañía. A la hora de las reminiscencias toma una tacita de café y en la cena se alimenta de añoranzas. Duerme acompañada de la luz y de los quince misterios principales de la verdad y la vida. Mi abuela niña es ternura. Es esencia. Es amor.
