
Por: Rita Isabel
¿Cuándo se lee La charca en la escuela superior? Creo que la leí en décimo. El tiempo pasa. La vieja Marta fue el personaje inquietante que me atrapó en mi primer acercamiento a esta novela de Zeno Gandía. Era impresionante su obsesión compulsiva por el dinero. Aunque debo admitir que también Marcelo me inquietó en aquella lectura. Décadas después, en mi segunda lectura al texto, en circunstancias similares a la primera (impuesto por el proceso de aprendizaje) no dejó de atraerme aquella vieja Marta y aquel pobre Marcelo. Asimismo fui reconociendo personajes que habían quedado en el olvido: Silvina, Leandra, Juan del Salto, Ciro, Gaspar, Galante, Ginés, Aurelia… Mas hay un personaje que no quedó grabado en mi memoria en aquella primera vez y que a partir de esa segunda llamó mi atención: Montesa, con deseo de mar, esclavo de lo infinito, parte. Luego regresa a su tierra donde se enraíza con aire de mundo. En esa segunda lectura fue ese personaje el que me atrapó y ganó mi curiosidad.
Sumergida en la visión cinematográfica del paisaje, de la acción desgarrante, de ultraje y bajeza, de impotencia y miseria, en esa ocasión me pregunté por qué no había regresado a La charca, una lectura intensa de esas que impresionan, que se quedan en la memoria. ¿Por qué la leía por segunda vez unos veinticinco años después? Pero con rapidez respondí a esa pregunta con otra ¿Quién podría querer regresar a La charca? Sólo Montesa quiso volver al micromundo de la charca, quizás por eso, el mayordomo, logro atraer mi atención en esa ocasión y me intrigaba (e intriga); pues él regresó a donde yo no había querido retornar.
Las descripciones son impresionantes, la naturaleza humana se retrata sin adornos, nada se esconde, todo está expuesto, crudo, denso; pero narrado con un ritmo que atrapa. Sin embargo, por gusto, por disfrute no quería regresar a chapotear en esa historia. Sólo el reto intelectual, el querer comprender nuestra realidad como nación encharcada en la corrupción y la admiración a la obra de arte me llama a zambullirme.
Si las descripciones, que nos llevan a poder ver lo que ve Silvina desde lo alto, lo que ve Ciro desde un punto bajo, lo que ve Marcelo en algún lugar, son sugerentes, seductoras; el efecto de la bebidas alcohólicas en Marcelo, los ataques epilépticos de Silvina, la obsesión compulsiva de Marta, los pensamientos de Juan del Salto, los diálogos con el cura, el diálogo con el médico nos adentran en una profundidad de la vida en la isla que es eco de la vida en general, y esto es admirable. La mirada a la colonia, a Puerto Rico en el paraje particular de La charca se ve desde una perspectiva amplia y profunda, desde distintos puntos de vista, íntimos. Esencial mirarnos desde todas esas perspectivas…
Esta es una historia trágica, patética. No hay ángulo desde donde se mire, que no se interprete, que la peor parte se la llevan las mujeres. Ni siquiera el suicidio, la muerte por decisión propia, le es permitido al personaje de Silvina: cae, no se lanza.
Lectura interesante, con diálogos de un ritmo atrayente, personajes de piel y carácter, situaciones verosímiles, con prosa limpia y detallista, de una belleza desgarradora que provoca, convence y atrapa; así es La charca. La genialidad de La charca desgarra. Mis respetos a este clásico literario que hay que leer, hoy, con más relevancia que nunca.
En pocas palabras: Es difícil desear retornar a este relato, entiendo que –como rito literario o como ritual cultural– todo habitante de esta isla(sobre todo si tiende a escribir como oficio o a leer por amor) debería sumergirse en la lectura de La charca como si fuera la pila bautismal.
