Por: Rita Isabel

De paraje en paraje, quiso el destino regresar a Monín, ya madre, al barrio que la vio nacer. Su vida ya se narraba junto a la de Carlos Luis, Carlin, Don Carlos, Collazo. Monte en ventolera, la familia Apalabrada y Letraherida completó su tríptico de retoños. Acá donde comienza el día se amanecía con aroma a café y gusto por el trabajo. La tocaya del santo sin nacer y mártir sin morir, antes de empezar las faenas mañaneras abría puertas y ventanas, de par en par, mientras decía: ¡Qué entre la Gracia de Dios!
Como la palabra es poder, ante momentos muy particulares, como madre que narra el prólogo de la historia de sus retoños, se le escuchaba pronunciar las palabras que cerraban el asunto: allá tú con tu consciencia. En aquella inmensidad, tocando casi el infinito celeste y con la consciencia despierta la familia Apalabrada y Letraherida vivió (y vive) las palabras de Lao-Tsé: “sin traspasar puertas, conocieron el mundo todo; sin mirar afuera de la ventana, navegaron en el camino del cielo. Comprendieron que con un libro abierto sin moverse se conoce; sin mirar se observa; sin hacer, se crea”.
Entonces Monín, Ramona, Ramonita guió a María Elena, Carlos Antonio y Rita Isabel a trazar sus nombres como aquella maestra en primer grado le enseñó a trazar el propio: Ramonita.

Elenita, la que salía en busca de una estrella vacuna con la de una historia de Flores, fue la primera en nombrar a Monín, Ramonita, Ramona Letraherida como mami. Carlitos, el que siempre hizo lo que quiso y sabía llevar sombrero como su abuelo, reafirmó ese nuevo título y Ri, la que hablaba con las cabritas, selló aquella nueva manera de llamar a la que nació un 3 de diciembre en el hogar de Antonia, la de la Historia de Flores, y Antero, el que sabía cuándo y cómo usar sombrero.
Como madre Letraherida narró a sus retoños los cuentos de “La gallinita colorada”, la de “Las tres cabritas”, “El patito feo” y muchos más. Con Elenita, disfrutaba las historias de Los tres cerditos, Cenicienta, Blanca Nieves, Mary Poppins y otros relatos narrados y cantados en las versiones de Walt Disney. Era un álbum de colección con discos de pasta que aún se conservan. A Carlitos lo enamoró de la lectura con “Orongo el muchachito de la isla de Pascua” que leyó infinidad de veces. Mientras que a Ri la atrapó con, “La vendedora de fósforos” que tuvo que leerle mil veces y un poco más antes de que la benjamina pudiera leer por sí misma.
El hogar era un espacio repleto de libros y cada rincón narraba una consciencia de identidad, conservación, anécdota y legado.

Monín Apalabrada fue madre activa que junto a otras se unió para lograr que las letrinas de la escuelita rural a la que asistían sus retoños estuvieran siempre limpias y más adelante se trasformaran en baños. Luego fue líder comunitaria y catequista. Muchos niños escucharon de la voz de Monín la hermosa historia de la Natividad, la Epifanía y la Pascua de Resurrección. Su profesión la ejerció desde el espacio doméstico, familiar y comunitario. Es una gran educadora y su disciplina, la economía doméstica o ecología del hogar, la vive desde el quehacer cotidiano.

La familia de Carlos Luis Apalabrado y Ramonita Letraherida fue parte de la narrativa de su época, testigos activos de rescatar la memoria colectiva puertorriqueña, peregrinando los 23 de septiembre a Lares y los 25 de julio al Cerro Maravilla. Marcharon y se manifestaron por el idioma, la liberación de los presos políticos y por la paz en Vieques. Como entusiastas de la cultura de nuestra patria, participaban todos los años de la Feria de Artesanías en Barranquitas y los paseos domingueros se alternaban entre parajes costeros, lugares con valor histórico y visitar las plazas de los pueblos. Siempre en el camino se escuchaba música clásica o la charla sobre personajes históricos, curiosidades culturales o situaciones sociales de nuestra isla. También debates de cuál era la ruta por seguir, que siempre ganaba Monín ya que, además de tener un glosario vivo en su memoria, tiene un excelente sentido de orientación y una inteligencia espacial envidiable. El tiempo pasa, la palabra perdura y este festejo continuará…

