Por: Rita Isabel
Disfruto escribir; sin embargo en compañía de un pelotón de aprendices de escritores y a instancias de un profesor autor, a veces, percibo la escritura como una tortura o pesadilla. Si la instancia viene acompañada de un límite de tiempo y con el requisito de leer en voz alta con inmediatez lo que salga de ese ejercicio de suplicio, es un espanto.
La página en blanco, que en otras condiciones es un espacio lúdico, se convierte en un instrumento que provoca angustia. Mas si has pasado por la tortuosa experiencia varias veces y ya sabes lo que va a ocurrir, la página en blanco parece burlarse de ti.
Quizás una persona normal (y digo quizás, porque temo que no soy una persona normal, y como no estoy segura si lo soy, se me hace difícil descifrar qué haría la normalidad ante circunstancias similares) vendría preparada. Probablemente tendría las ideas de posibles escritos; aunque sepa que difícilmente sabrá con exactitud qué le van a pedir, insisto, tendría un «algo» que le sirva de trampolín para disfrutar de la vivencia. Pero, como ya expresé, me temo que no soy una persona normal y me lanzo a la experiencia de pecho, bajo protesta, a lo loco y consciente de que posiblemente me quemaré.
Mi más reciente vivencia de este tipo me enseñó que rendirse y «ondear» la página, que hasta segundos antes de acabarse el tiempo estaba en blanco, puede tener resultados que sirven de salvavidas. No obstante, colijo que optar por una salida que otros perciban como jocosa puede ser el truco, lo malo del asunto es que no era esa mi intención, fue más bien un acto desesperado.
Debía escribir un microrrelato. Como no logré que los puntos de araña de un tejido de mudillo se convirtieran en microficción se me ocurrió escribir una nadería. Y esa insignificancia como gesto de obediencia, y a la vez protesta, fue bien recibida, demasiado bien recibida para mi gusto. La comparto hoy sábado 13 porque en este día cuento con la fortuna de escribir cuando el calendario marca diez más tres.
Sin fin
Esta es la historia de nunca acabar, porque nunca empezó.
El suplicio de las escuelas para escritores…
Cualquier parecido con «Cándido y la escuela para escritores», es pura casualidad.