Por: Rita Isabel
Ana Roqué Cristina Géigel: muere

Votó, barritó y murió en paz. En el sepelio de la autora de la novela Sara, la obrera, en la voz de sus amistades, se escucharon sus palabras: vamos a emprender la magna… de unir a todos los puertorriqueños. Odios, al infierno. Adiós, salvemos a Puerto Rico. Nadie mencionó sus dos patas de elefante.
Inválido: el voto de la mujer que dedicó su vida a la transformación de su país fue anulado en los comicios en los que las mujeres alfabetizadas ejercieron por primera vez su derecho al voto. La declaración jurada fue un acuerdo (un engaño piadoso entre Isabel Andréu, Ángela Negrón, el funcionario de colegio que desesperaba por no ver más aquellas patas paquidérmicas y el notario que olía a mabí) para calmar la frustración de la doña con memoria de elefante, y que pensara que había votado. No fue el único caso, con la diferencia de que las otras mujeres que no aparecieron en las listas, se fueron con un sabor empalagoso a emulsión de Scott por no haber votado.
En su muerte, la primera mujer en tener su propia imprenta en Puerto Rico, recibió laudos y ofrendas de flores. Más adelante llegó el homenaje enchapado de cemento como antídoto contra el olvido, en remembranza de su quehacer histórico; muchos edificios llevan su nombre con el apellido con el que ella no firmaba sus obras.
