Por: Rita Isabel
Letraherida bebía perfume, eso decían sus amigas cuando la joven Monín pedía una Kola Champagne en vez de otras bebidas gaseosas más populares. Letraherida era sonámbula, contarían sus hermanas y hermano menor. Amaba la finca de mamá y papá, sus queridos abuelos maternos, afirmaría la Letraherida. La memoria salta de un lugar a otro, pasa de ese hogar sagrado de papá y mamá a la casa donde la catequista le daba lecciones de cómo alejar al diablo abrazando el camino de la cruz. La pequeña Monín recordaría aquel ser cornudo, vestido de rojo, con cola… bajando por la escalera y ella en el círculo junto a los otros niños y niñas armando cruces con sus deditos para alejar al demonio, pero no podría recordar si tenía miedo. Luego su mente divagaría y pensaría que aquella casona quedaba donde ahora está el Colegio La Providencia.

Quizás después imaginaría cómo, cuando aún solo gateaba, la mordió un perro que le dejó la cicatriz en la ceja, que el paso de los años, fue borrando poco a poco y no podría evitar pensar cómo se le ocurrió intentar tragar una chapita de malta que la sietemesina Antonia tuvo que sacarle antes de que se la tragara. Con los pensamientos andariegos recordaría a su hermana Gloria, de la que aún hoy, a cuatro años de su muerte, habla en tiempo presente. Su mirada sería caleidoscopio.
Así es la memora… su orden es el de las impresiones, a veces hasta de las imprecisiones, sus prioridades son un misterio y suele trazarse desde la nostalgia; ese filtro que coloca los recuerdos justo en la guardarraya entre la peligrosa melancolía y la dicha de rememorar enraizado en el presente continuo.
Con el filtro de la añoranza, Letraherida, regresaría a los días universitarios. Recordaría pequeños detalles como los tokens para el transporte colectivo, pues viajaba en autobús desde Caparra Terrace hasta la universidad. Mas con el cedazo de lo que no se quiere recordar evitaría la historia del auto que el de un silbido de un tres de marzo le compró y la historia que nos daría el porqué de no volver a guiar. Sin embargo, sí recordaría la sensación de entrar por primera vez a una tienda con aire acondicionado: Tiendas Franklin. Escucharíamos que nos diría que aquella tienda quedaba por donde están ahora las librerías en Río Piedras. Siempre llegamos a los libros. Y como un rumor que no se niega ni se esconde diría que ha leído a Saramago, Borges y Eco, pero también a Corín Tellado. Mas las historias no se cuentan solamente en papel. Monín también recordaría al familión reunido para ver Bonanza porque a el que sabía cuándo y cómo usar sombrero le encantaba aquella serie de vaqueros. O quizás recordaría los viajes a la playa o el día que tía Marzo le envió un mensaje del más allá o las pesadillas recurrentes o cuando papá le contaba historias o… En fin, que la vida es narración… un relatar a varias voces y la que sale de la memoria a veces narra en desorden, sin ton ni son, como hoy.
