Por: Rita Isabel
En estos meses de vacaciones saqué tiempo para ver las tres temporadas de Stranger Things. Sí, lo sé, ando un poco a destiempo, pero a veces me doy el lujo de ser atemporal. En fin, que me encantó la serie y aunque la primera temporada fue mi favorita, con la tercera sí que me disfruté el viaje en el tiempo. No, no es una reseña de la serie lo que haré. Solo que doy vueltas antes de entrar en materia como hacen los perros antes de acostarse. Trato de morderme la cola como serpiente emplumada.
Cuando en el momento clave de la tercera temporada, en el instante de mayor tensión dramática y acción desesperada, mi personaje favorito canta a dúo la canción tema «Never Ending Story» sonreí con más de tres décadas menos, fue un viaje en el tiempo. La travesía la hice cabalgando en Fújur, (Falkor o Falcor como en la película “The Neverending Story” 1984 que me hizo conocer la historia de la novela de Michael Ende, aunque él no estuviera conforme con esa adaptación al cine de su libro, pero ese, es otro tema y cuando leí la novela entendí al autor).
Fújur y cito a wikipedia: “es un dragón blanco de la suerte, que son de los animales más raros de Fantasia, donde los dragones de la suerte no se parecen en nada a los dragones corrientes. Ellos son criaturas del aire y del buen tiempo, de una alegría desenfrenada, y a pesar de su colosal tamaño, ligeros como una nubecilla de verano. Por eso no necesitan alas para volar. Su cuerpo es largo y flexible, con escamas color madreperla. Sus ojos son de color rubí. Nadan por los aires del cielo lo mismo que los peces lo hacen en el agua. Desde tierra, parecen relámpagos lentos.” Lo sé, no es una fuente fidedigna, pero hoy no es necesaria una fuente veraz.

En diciembre de 2019 llegaron a nuestras vidas dos cachorros perrunos, todo parecía indicar que eran hermanos, una hembra y un macho… abandonados en el barrio. Sin querer queriendo decidieron que la loma donde vive nuestra familia era el lugar idóneo para habitar. Mi sobrina los bautizó como Venus y Apolo e intentamos buscar una familia que los acogiera porque éramos muchos y…
Nadie pudo adoptarlos porque ellos no querían, ambos nos habían adoptado a nosotros. La cachorrita no sobrevivió al periodo en el que aún no aceptábamos que ya les pertenecíamos. Cuando la echamos de menos la buscamos hasta el agotamiento en el que te das por vencido… fue en ese vencernos que una danza de docenas de moscas me llevó hasta su cadáver en la finca, debajo de los achiotes y cerca del almendro. Lloré a Venus como se llora a un pajarito que choca con una ventana o puerta de cristal y por más que intentas darle aliento muere en tus manos.

Decidí, sin descuidar a mi Sombra, proteger a Apolo para que no le pasara lo mismo. Creo que él supo de mi propósito. Como mencioné, llegaron a principios de diciembre de 2019 y no fue hasta mediados de febrero de 2020 que logré que me permitiera acariciarlo. Él sí nos acariciaba con pequeños mordiscos o con el hocico, pero era arisco, amable, pero arisco y excesivamente juguetón con tendencias cleptomaniacas. De más está decir que no toda mi familia estaba contenta con la llegada de Apolo a nuestra loma del viento.
A medida que fue creciendo noté que tenía algo especial, un noséqué extraño. No me refiero a su pelaje totalmente blanco, ni a sus ojos diferentes. Apolo era especial, pero la impresión de extrañeza o rareza que me infundía no la pude descifrar inmediatamente.

En una ocasión que se envenenó me buscó para que lo ayudara. Mi sobrina y yo lo llevamos al veterinario. Cuidarlo no fue fácil, ya era cuesta arriba convivir con Sombra para velar por Apolo. Pero se recuperó y me dejó claro que era un espíritu independiente, una criatura que necesitaba del aire libre y que si lo bañaba pasarían semanas antes de que me perdonara. Por un tiempo intentó liberar a todos las personas perrunas que estaban confinadas en nuestros respectivos hogares: a Cameo, a Sombra, a Piru. Solo logró la emancipación de Piru. Sombra se convirtió en su amigo en las puestas de sol y cuando estaba de visita en casa de mis padres. Cameo era un amigo al que visitaba de vez en cuando y de cuando en vez.
Esa fue la etapa más difícil, su tendencia cleptómana dio paso a su instinto cazador. Primero fueron las gallinas y gallos del barrio, luego me trajo pajaritos, hasta un pitirre. Le pedí a Sombra que le explicara en lenguaje perruno el respeto a la vida y el peligro de ser víctima de la venganza de los vecinos por comerse a sus gallinas, establecí firmemente que no podía traer los cadáveres a mi patio… casi me desmayo el día que lo sorprendí jugando con ratitas recién nacidas que extrajo del nido de ratas… Pero el día que lo vi al acecho de un guaraguo fue cuando comencé a sospechar. Decidí hablarle de la diosa de las aves y de lo que era capaz si se enteraba de lo que hacía y pretendía. Pero Apolo era un ser de la suerte por lo que hasta la diosa de las aves le perdonó sus instintos.
Piru era su cómplice y compañero de aventuras cuando se escapaban a la curva de los muertos, Sombra no lo fue porque no se lo permití. Varias veces, en sus juegos al atardecer, cuando Sombra lo perseguía parecían veloces nubecillas de verano, relámpagos lentos en cámara rápida. En esos breves instantes eran dichosos y en su dicha me hicieron bailar como trompo y caer como guanábana en varias ocasiones.
Sonrío al recordar cuando llegaba hasta el portón y esperaba a que le abriera, él podía llegar a la casa por el risco sin necesidad de esperar en el portón por mí. También recuerdo con especial ternura, porque Apolo nos enternecía de muchas maneras, cómo cuando mi papá el 31 de enero de 2021 quedó encamado, Apolo se escabulló para llegar hasta su lado e intentar animarlo a que se levantara y caminara. En los meses de recuperación de mi papá Apolo llegaba todos los días hasta su cama para animarlo y cuando no podía estar dentro de la casa se asomaba por las ventanas. Creo que sus ánimos fueron de gran ayuda. Desde esa temporada mami le permitió entrar a la casa y tenían un pacto…

Desde el principio tuve la certeza de lo que era y tímidamente acepté su naturaleza. Por nacer en el Caribe antillano no tenía un tamaño colosal, tampoco sus ojos eran color rubí, pero sí eran diferentes entre sí y poco usuales en comparación con los ojos de otras criaturas de su especie. Aunque su pelaje, a la vista, escondía las escamas color madreperla, cuando lo acariciabas eran evidentes al tacto. En broma lo dije en voz alta varias veces y todos lo tomaron por eso, una broma.
Apolo era un dragón, un dragón blanco de la suerte. Su estadía en nuestras vidas nos llenó de buen tiempo y alegría, nos hizo compañía en el periodo pandémico. Ayer su cuerpo, que no necesitaba alas para volar, fue impactado por un auto cuando regresaba de sus correrías con Piru a la curva de los muertos. Fue un accidente. Murió tan cerca y tan lejos de nosotros. Esta mañana al buscarlo, unos vecinos nos hablaron del accidente, quien lo impactó se lo llevó. Lloré, lloro, como se llora perder a un dragón blanco de la suerte, los animales más raros de Fantasia, donde los dragones de la suerte no se parecen en nada a los dragones comunes.
