Carlos Luis Apalabrado: Novena entrega

Por: Rita Isabel

Apalabrar = Dicho de dos o más personas: concertar de palabra algo.
Palabras afines: acordar, concertar, pactar, dar la palabra

Un maratón de celebraciones familiares se interpuso entre la página en blanco y este festejo por entregas. La familia Apalabrada y Letraherida estaba de Bodas de diamante, cumpleaños, Acción de Gracias y de junte. Como nunca es tarde si la dicha cumple con la palabra antes de la medianoche, aquí estamos tecleando a destiempo y en contra del tiempo la novena entrega. Regresamos con el joven Carlin: el universitario.

Un año, un año de espera…  Antes que el carillón de La Torre, con sus 25 campanas tubulares, marcara el ritmo de sus pasos en la Universidad de Puerto Rico, Carlos Luis se matriculó en un Instituto Comercial a la espera de que el periodo de matrícula, en la UPR, para el próximo ciclo de estudios llegara. La Torre vigiló su caminar por el campus, como el mangó centinela lo vigiló en los tiempos en que el río era propósito y disfrute en el centro de la isla. Aunque comenzó estudios en la Facultad de Educación, como había anhelado, su visión práctica de la vida lo llevó a cambiar. Estudió contabilidad, pero completó en excelencia muchos cursos de pedagogía.   

Orocovis no lo abandonó… Al pequeño Carlin, el de los mucaritos en los bolsillos y el de A manos llenas, que habitaba en el joven que cruzó y descruzó el móvil océano gran espejo un compueblano lo reconoció en los pasillos de Humanidades. Rubén Fernández, unos años mayor que Carlos Luis, pero ya con un puesto importante relacionado al Sistema de Bibliotecas de la Universidad; lo exhortó a pasar por la Biblioteca General para darle trabajo.

Rubén Fernández sobrino de… hijo de… Su historia no me corresponde contarla, pero le agradezco la ayuda que le brindó a mi padre antes de que se convirtiera en el juez Rubén Fernández. También don Carlin lo agradece y mientras muchos recuerdos se le escapan… el de Rubén Fernández sigue muy presente. Años más tarde, cuando Carlos Luis comenzó a trabajar en la Oficina del Contralor de Puerto Rico, se volvieron a encontrar en el tribunal de Mayagüez. Mi padre era el auditor asignado para investigar el tribunal, el juez Rubén Fernández era el director. Hubo saludo, reconocimiento, agradecimiento por la ayuda del pasado y auditoría minuciosa. Todo salió en orden.

Pero no es del Carlos auditor del que hoy desentrañamos recuerdos. Hoy hablamos del universitario que comenzó a trabajar en la biblioteca que desde el 1969 se le conoce como José M. Lázaro. El Prometeo del pintor Rufino Tamayo era testigo de sus entradas y salidas a la biblioteca. La Universidad lo acercó a seres, pensares y haceres. En la Lázaro conoció a Jaime Benítez que un día llegó en busca de un libro y al de A manos llenas le tocó atenderlo. Entre facultad y facultad también conoció a Isabelo Zenón Cruz el muchacho que le pidió pon un día. Muy pocos estudiantes tenía auto. Carlos Luis era el eco de su maestro de Orocovis, Edelmiro Berrios, al que tanto admiraba por muchas razones, entre ellas que era de las pocas personas con automóvil en el pueblo. Años después ese muchacho al que le dio pon fue catedrático de Español en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, un gran intelectual autor de Narciso descubre su trasero: el negro en la cultura puertorriqueña. Mas fue en el curso de Fundamentos Filosóficos de la Educación que conoció a la persona que lo llevó a ser… Apalabrado.  

De mes en mes, de trece en trece (o cuando el tiempo lo permita) festejaremos con palabras anecdóticas y brindaremos por el Apalabrado que llegó lejos y a muchos lados.

¿Hasta cuándo? Hasta el 13 de marzo de 2026.
¿Por qué? Ese día el abuelo de Libros Pasajeros (mi papá), cumple 90 años.

¡Festejamos a tiempo y a destiempo!

Carlos Luis Apalabrado: Octava entrega

Por: Rita Isabel

Apalabrar = Dicho de dos o más personas: concertar de palabra algo.
Palabras afines: acordar, concertar, pactar, dar la palabra

Culminar sus estudios con buen promedio: no fue suficiente. Aprobar el examen de ingreso a la universidad con un excelente puntaje: no fue suficiente. La ayuda prometida por su hermano no se materializó… la escasez ahogaba sus deseos de estudiar en la universidad, de convertirse en maestro, de labrarse un camino con la dignidad de una profesión y el esfuerzo de su trabajo. Sí, para mi sorpresa mi padre quería ser maestro; pero su deseo parecía un imposible hasta que surgió una alternativa.


Una vez más lo imagino en soliloquio, en vaivén decisivo, en sopesar alternativas, la alternativa, mientras rasca su cabeza. La propaganda militar le ofrecía trabajo remunerado y estudios universitarios. Para aquel joven en el que habitaba el río, ululaba en sus entrañas la sabiduría del múcaro y andaba a manos llenas el ejército era sinónimo de prisión. Mas sin sopesar mucho los riesgos y enfocado en su propósito se arrancó la duda y transformó la decisión en acción: se alistó. Dice que tuvo suerte de que su salud y estado físico le permitieran ser aceptado, no todos los pobres podían ser parte de la milicia. Pienso que tuvo suerte de no tener que matar a nadie, suerte que no fuera carne de cañón.


En Buchanan y Tortuguero tuvo su entrenamiento. La primera vez que recibió su sueldo regresó al centro de la isla, primero a Barranquitas para entregarle dinero a su mamá, luego a Orocovis en busca de padrino Tite y Mercedes para también darles una parte. En poco tiempo lo envían a Nueva Jersey y de ahí a Alemania.


A mis preguntas en busca de instantes de asombro ante la novedad del vuelo, de los nuevos lugares, de la vida militar las respuestas son parcas. Al interrogarle sobre posibles diferencias culturales o enfrentar el discrimen es poco lo que dice. Nada de victimizarse, él fue a trabajar y eso hizo. Algo recuerda de manera vaga de un soldado que se burló de algunos puertorriqueños que no sabían hablar inglés y él lo enfrentó en defensa de sus compatriotas. Recuerda a un amigo, Jesús Díaz Ortega de Bayamón. Se hicieron amigos porque el del pueblo del chicharrón no masticaba el inglés y el Apalabrado sí se comunicaba en el idioma de Hemingway. De recuerdo en recuerdo me cuenta de un soldado con influencias que hizo que lo removieran de su rol como Policía Militar (MP por sus siglas en inglés) porque el Apalabrado cumplió con su deber de registrar la hora exacta en que llegó el soldado y se negó a cambiar la hora en los registros. El soldado pretendía que no quedara en evidencia su incumplimiento de horario. Cumplir con su trabajo le costó su puesto.


Insisto en activar sus recuerdos, menciona tres ciudades, pero sólo logro identificar o corroborar con precisión a Berlín. Menciona un nombre Rudolf Hess, el número dos del Tercer Reich. El Apalabrado fue uno de los soldados que custodiaban el lugar donde estaba encarcelado: Spandau, Berlín. Insisto en más detalles. Sus memorias se las guarda para sí con un: no recuerdo. Días después, vuelo a insistir en el tema y responde directo: Fui a hacer dinero y eso hice. Renuncia a la parquedad y cuenta como ahorraba su sueldo para prestar dinero, con intereses, a soldados y hasta al primer sargento. Luego añade: No fui a salvar a la patria ni a defender nación propia o ajena. Aquello sólo era un trabajo, un trabajo que no me gustaba, pero por el que me pagarían. Cumplí con mis responsabilidades, con lo que me comprometí.


Se alistó por dos años, pero al regresar a Puerto Rico y ver la pobreza en la que vivía su mamá, junto a sus hermanas menores, en San Juan (pues tuvieron que moverse de Barranquitas, poner distancia), se alistó nuevamente. Con el adelanto de su paga le compró una casa a su mamá y hermanas

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Trabajó en el ejército, por cuatro años y recibió su paga en dólares, centavos y estudios universitarios.
El que no llegaría a ningún lado fue testigo activo del fin de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría. Llegó a Alemania… y al regresar de Berlín logró estudiar en la Universidad.

De mes en mes, de trece en trece (o cuando el tiempo lo permita) festejaremos con palabras anecdóticas y brindaremos por el Apalabrado que llegó lejos y a muchos lados.

¿Hasta cuándo? Hasta el 13 de marzo de 2026.
¿Por qué? Ese día el abuelo de Libros Pasajeros (mi papá), cumple 90 años.

¡Festejamos a tiempo y a destiempo!

Carlos Luis Apalabrado: Séptima entrega

Por: Rita Isabel

Apalabrar = Dicho de dos o más personas: concertar de palabra algo.
Palabras afines: acordar, concertar, pactar, dar la palabra

Llueve…

afuera aguacero de gotas gordas…

adentro chubasco de palabras…

Regresamos a la adolescencia, al Carlos Luis Apalabrado cuando ensancha su horizonte, aunque siempre enraizado en el río de Orocovis. El protagonista de A manos llenas, que rescataba pollitos, cuidaba mucaritos y andaba larga distancia para leerle a Pancho y Facia se enfrentó a un dilema de consciencia al llegar a la Academia Monseñor Willinger en Barranquitas.

Un requisito de admisión de la Academia era tener el sacramento de la Eucaristía. Carlos Luis fue admitido, pero no había hecho la primera comunión. ¿Un despiste, una omisión involuntaria, un dato sin corroborar en el proceso de admisión y matrícula? La verdad… no lo sabemos, pero se entendía que el joven Collazo Rodríguez había hecho la primera comunión. Cuando se percató del equívoco, el joven Carlin no sabía qué hacer. Las horas pasaban, los días se sucedían camino al día que asistiría a misa y se esperaría que se parara y se acercara a recibir la comunión.

Aquello no estaba bien, sentía que era un sacrilegio, un pecado, faltarle a la palabra, a Dios. ¿Qué explicación podría ofrecer para negarse a comulgar? ¿Cómo, y, sobre todo, a quién explicarle aquel dilema, a quién consultar… más bien confesarle la verdad? A solas caminaba de un lado a otro en soliloquio desesperado, en el que se preguntaba, una y otra vez, qué hacer.

Lo imagino rascando su cabeza, el gesto que aún acompaña sus cavilaciones.

Entre adolescentes se entienden, se apoyan y se defienden… al llegar a la academia hizo amistad con un chico similar a él, muy pocos eran como el joven Carlin en aquella Academia barranquiteña. Confesó al compañero su problema y optaron por la verdad: por ser jóvenes de palabra. Lo sagrado es SAGRADO, hablaron con las monjas y ellas comprendieron.

Carlin comenzó a prepararse para hacer su primera comunión.

En Barranquitas, a manos llenas, encauzó su rumbo en un río de letras, en español y en inglés. Dio su palabra, se apalabró, culminó sus estudios con buen promedio y aprobó el examen de ingreso a la universidad; mas la vida lo enfrentó a otro dilema, uno más complejo que el de su primera comunión. Esta historia continuará…

De mes en mes, de trece en trece (o cuando el tiempo lo permita) festejaremos con palabras anecdóticas y brindaremos por el Apalabrado que llegó lejos y a muchos lados.

¿Hasta cuándo? Hasta el 13 de marzo de 2026.
¿Por qué? Ese día el abuelo de Libros Pasajeros (mi papá), cumple 90 años.

¡Festejamos a tiempo y a destiempo!

Carlos Luis Apalabrado: Sexta entrega

Por: Rita Isabel

Apalabrar = Dicho de dos o más personas: concertar de palabra algo.
Palabras afines: acordar, concertar, pactar, dar la palabra

Tecleo a destiempo. Quiero escribir del adolescente que cambió el guante de pelota para zurdos por los guantes de boxeo. Mas la memoria del Apalabrado me sorprende con un recuerdo inesperado, que estalla en su mente (luego de una de nuestras conversaciones veraniegas de sobremesa) como revientan las vainas de trébol con el delicado roce de un dedo, o hasta del viento, y con ello se esparcen las semillas. Las preguntas han generado que la memoria estalle y disperse recuerdos como semillas de suerte entintada de verde.

La anécdota me devela mucho más que un instante, en Orocovis,  de su nonagenaria vida. Me muestra la ruta de la palabra, un indicio de cómo, o del porqué, se transformó en un apalabrado. Carlos Luis me cuenta cuando, a manos llenas, caminaba desde el cerro La Pica del barrio Pueblo, hasta el sector La revés del barrio Mata de Cañas. A veces la caminata la hacía acompañado de su mamá, ocasionalmente solo, tendría unos ocho años, quizás menos, de seguro no más de diez.

Busco en el oráculo de la red la distancia desde el Cerro La Pica al barrio Mata de Cañas. Es un poco más de ocho kilómetros; el tiempo a pie: dos horas y tres minutos.

La andanza no era fortuita. Visitaban a Pancho y Facia compadres de su mamá. Familia trabajadora, brava… un hijito se les ahogó.

Hasta aquella casa llegaba el pequeño Carlin. Al llegar le ofrecían leche de cabra y lo sentaban para que les leyera. Su memoria no recuerda qué les leía, pero sí la mirada en maravilla de aquella familia que lo escuchaba como quien es testigo del milagro que es la lectura. Los hijos de Pancho y Facia iban a la escuela, pero aún no aprendían a leer. Facia y Pancho no sabían leer. El hijo de Rosa, sí.

En una de las caminatas sin la compañía materna, de regreso, adoptó a dos mucaritos y caminó con ellos en los bolsillos hasta llegar a su casa. Allí los cuidó y los alimentó con lagartijos. Hasta ahí llega la memoria o da un salto y me cuenta que de camino había un árbol de mangó con una cueva debajo y en la cueva vivía un viejito… Expresa su deseo de regresar a aquellos parajes para constatar si aún está el mangó con la cueva. Por mi parte quisiera complacerlo para constatar que el viejito no es un viejito sino un gnomo, genio de la tierra que todavía habita en la cueva debajo del mangó… Sonrió.

Al sonreír recuerdo las palabras de Marguerite Yourncenar que leí en El manifiesto por la lectura de Irene Vallejo:

 “Quisiera consignar un milagro trivial, del que uno no se da cuenta hasta después que ha pasado: el descubrimiento de la lectura. El día que los veintiséis signos del alfabeto dejan de ser trazos incomprensibles en fila sobre un blanco papel, arbitrariamente agrupados, y se convierten en una puerta de entrada a otros siglos, a otros países, a multitud de seres más numerosos de los que veremos en toda nuestra vida, a veces una idea que cambiara las nuestras, a una noción que nos hará un poco mejores o, al menos un poco menos ignorantes que ayer”.

Y al traer estas palabras a la memoria no dejo de pensar: ¡cuán lejos ha llegado el Apalabrado con la puerta que es el alfabeto descifrado y con sus andanzas!, ¡cuán afortunados fueron Pancho y Facia de tenerlo como lector y ser testigos del hermoso y trivial milagro de la lectura en la vida del pequeño Apalabrado! Tecleo y comparto a destiempo esta entrega, rompo, nuevamente, la secuencia cronológica para traer estas remembranzas. Con el Apalabrado adolescente tenemos una cita en la próxima entrega, si no es que otros recuerdos nos salen al paso.

De mes en mes, de trece en trece (o cuando el tiempo lo permita) festejaremos con palabras anecdóticas y brindaremos por el Apalabrado que llegó lejos y a muchos lados.

¿Hasta cuándo? Hasta el 13 de marzo de 2026.
¿Por qué? Ese día el abuelo de Libros Pasajeros (mi papá), cumple 90 años.

¡Festejamos a tiempo y a destiempo!

En pocas palabras: Lecturas de verano 2025

Por: Rita Isabel

En pocas palabras: Comparto lo que sientopienso de lo que leo…

Novela: La ladrona de libros de Markus Zusak. Título original The Book Thief (2005) La edición que leí es la primera edición, 2011, de DEBOLS!LLO con las ilustraciones de Trudy White y la traducción de Laura Martín de Dios [531 páginas]

Mi relación con el libro: Vimos la película The Book Thief (2013) del director Brian Percival, guion de Michael Petroni. Me quedé con la idea de conseguir el libro y en algún momento lo encontré en Tazas y Portadas, se lo regalé a mi mamá, para que luego me lo prestara. Llamamos a esos obsequios un regalo tipo Homero. En este verano, por fin saqué tiempo para leerlo.

Libro de cuentos: Kantutas salvajes: Historia de mujeres de Cecilia Granadino (2020) Ediciones Scriba NYC, Colección Tinglar [169 páginas]

Mi relación con el libro: El sábado 14 de junio Libros Pasajeros participó en la Feria de amigos Cada media hora en Camuy. Nuestra mesa estaba justo detrás de la de Patricia Schaefer Röder. Pasé por su mesa para ver los libros, me habló de Cecilia Granadino y compré Kantutas salvajes…

Novela: El camello de Lord Berners. Título original en inglés The Camel 1999. El ejemplar que leí es de la editorial La Bestia Equilátera, Buenos Aires, Argentina, primera edición 2009. Traducción de Mónica González. [126 páginas]

Mi relación con el libro: Regalé este libro a J. A. Zambrana hace un tiempito, que a su vez se lo prestó a Ramonita Letraherida (mi mamá) este verano y sin querer queriendo se coló en mi montaña de libros por leer. Parecería un regalo tipo Homero y no puedo negar que cada libro que obsequio puede que sea un regalo tipo Homero, pero en este caso fue sin esa intención.

Novela: Jane Austen investiga: La desdichada sombrerera de Jessica Bull. Título original Miss Austen Investigates: The Hapless Milliner. Primera edición 2024 LUMEN [438 páginas]

Mi relación con el libro: Otro regalo tipo Homero para Ramonita Letraherida, pero que había olvidado. En este verano hice resaque de libros en casa de mis padres, en el proceso lo vi y también se coló en el mar de libros por leer.

Literatura infantil/juvenil: Mary Poppins y Vuelve Mary Poppins de P. L. Travers. Título original: Mary Poppins (1936) y Mary Poppins Comes Back (1935). El ejemplar que estoy leyendo es de Alianza Editorial, primera reimpresión: 2022. Ilustraciones de Mary Shepard, traducción de Borja García Bercero. [454 páginas en proceso]

Mi relación con el libro: Siempre he querido ser Mary Poppins.

Esta no era la lista de lecturas que tenía para el verano y algunos libros se quedaron a la espera de su turno. Mas los turnos en el mar de libros por leer sigue un orden intuitivo, porque como dice Gustavo Martín Garzo (Elogio de la fragilidad): “A los libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano, sino porque nos salen al paso”. Así que cada verano, en mi mar de libros por leer, me salen al paso los libros como archipiélago de lecturas-islas en el que viajo de libro en libro “en silencio, con los ojos muy abiertos, como suelen hacer los niños cuando se adentran en una casa abandonada”. (Cito nuevamente a Gustavo Martín Garzo)

La ladrona de libros me la leí a cuentagotas. La película es buena, pero, como suele ocurrir, la novela la supera. Que la voz narrativa sea la muerte es genial y que trabaje adelantando sucesos logra un efecto interesante que rompe con la narrativa usual: no es lo que quieres saber sino lo que ya conoces lo que te seduce a permanecer en la lectura. Saber lo que ocurrirá crea la necesidad de continuar hasta llegar a ese instante. Si te gustan las novelas históricas, quieres sumergirte en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial y que la muerte te cuente una historia… esta novela es para ti. Aunque es un tema que tanto en el séptimo arte como en la literaria se ha trabajado mucho, vale la pena leer La ladrona de libros, pues te da otra perspectiva de los sucesos históricos desde la mirada cotidiana de la vida de una ladrona de libros y desde la perspectiva del poder de las palabras…

Mientras leía La ladrona de libros comencé a leer Kantutas salvajes, pero detuve la lectura varias veces. No me gusta leer dos libros a la vez, pero al ir a cuentagotas con la novela me precipité en una lectura a destiempo. Los primeros cuentos de Kantutas salvajes no me atraparon. Cecilia Granadino tiene un dominio particular de la narrativa con unas descripciones que te vuelan la cabeza, sin embargo, las temáticas no resonaban en mí. Una vez zarpé de la isla que fue La ladrona de libros y me dediqué con los ojos muy abiertos a estas historias de mujeres, llegué a “Carmela”, el quinto cuento y todo cambió. Definitivamente quiero leer más libros de Granadino, pero en otro tipo de exploración más allá de veintiún relatos de mujeres.

Fue con El camello que los libros-islas me salieron al paso “como una isla perdida, que no sabíamos que pudiera existir, y en el que tampoco podemos prever lo que nos aguarda”. (Insisto en citar a Martín Garzo) Esta novela de Lord Berners, Gerald Tyrwhitt-Wilson, es una lectura tan cotidianamente extraña o extrañamente cotidiana que te deja con una sensación de inquietud o duda cuando llegas al final. Se lee con fluidez y te lleva a reflexionar en la naturaleza humana mientras te ríes, ¿te ríes? de las peripecias de… ¿el camello?

Una vez dejas que una isla-libro te salga el paso no hay marcha atrás y el encuentro con Jane Austen investiga fue inevitable. Pero, para mi sorpresa, al comenzar la lectura pensé que dejaría el libro para otra ocasión. Lo que hizo que este libro se trasformara en regalo fue precisamente lo que estuvo a punto de que lo descartara como lectura. Pensar que el personaje principal era la autora de Orgullo y prejuicio (menciono ese libro como muestra de sus invaluables letras) me incomoda porque no responde a la idea que me he hecho de Austen. Por otro lado, ciertos elementos me parecieron anacrónicos. Sin embargo, recordé un consejo que le ofrecí a mis sobrinos hace unos años (¡más de una década!) cuando vimos la película de Robin Hood (2010) dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Russell Crowe. No les gustaba y les comenté que no pensaran que era Robin Hood, que pensaran que era otra historia y así la apreciarían. Me apliqué el cuento, me dije que la protagonista no era JANE AUSTEN, era sólo una Jane Austen. Superé el tercer capítulo y logré disfrutar la lectura. Desde el punto de vista detectivesco lo mejor logrado es que quien investiga, Jane, anda más perdida que quien lee respecto a sus sospechas, interpretaciones de las pistas y conclusiones. La dualidad de personajes protagónicos de novelas detectivescas como por ejemplo Poirot acompañado de Hastings o de Ariadne Oliver que llevan a quien lee a tratar de pensar como el detective y no dejarse confundir por su compañero o compañera: el detective te lleva a develar el misterio y el compañero a confundirte y dudar se presenta en este libro de una manera muy particular, primeramente, porque no hay una dualidad. Algunos personajes se convierten en el acompañante detectivesco, pero en este caso sus cavilaciones tienen más sentido que los de Jane. Por eso, en este caso la investigadora te hace dudar todo el tiempo, pues quien lee ve antes que ella lo errada de sus cavilaciones o el que no se percate de elementos esenciales. Además de su apasionada torpeza sin enmienda, que conmueve, mientras sientes, solidariamente, el bochorno que ella sufre ante cada situación embarazosa que enfrenta. Fue esa torpeza apasionada lo que me atrapó. Como comentaba con Ramonita Letraherida, cuando compartimos impresiones de la lectura, no era necesario para la historia que la protagonista fuese Jane Austen. Sin embargo, como carnada para comprar el libro es una excelente estrategia de ventas.

Mary Poppins y Vuelve Mary Poppins salió al paso como lo haría la mismísima Poppins. En estos momentos es una lectura en proceso. Esta noche leeré el capítulo que se titula Luna llena. Estoy disfrutando la lectura.

Una vez más coincido con Irene Vallejo y lo que expresa en El Manifiesto por la lectura: “En esta época acelerada, los libros emergen como aliados para recuperar el placer de la concentración, la intimidad y la calma”.

En pocas palabras: En el verano vacacioné en un archipiélago de libros que me recordaron el placer de la concentración, la intimidad, la calma y el disfrute de asombrarme tanto por lo desconocido como por lo conocido.

Punto y aparte: Hubo otros islotes-lecturas con los que me topé en el verano. La vendedora de fósforos, Bernardo, ahora no, Yo no fui, Un cuadrado, un círculo y un triángulo, Chigüiro y el lápiz… pero ese viaje, de islote en islote, requiere un En pocas palabras propio.

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