¿Por qué escribo? 3

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Por: Rita Isabel

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Jorge Luis Borges

¿Por qué escribo? Últimamente me parece que no hay un porqué. Aunque, quizás es para atrapar las palabras que se llevó el viento o para rescatar las que se quedaron en la punta de la lengua y en las yemas de los dedos. Tal vez para encontrar las palabras que se me extraviaron. Acaso para develar lo que callo. Posiblemente lo hago para hallar el antídoto que contrarreste todo lo que he dicho por decir. O simplemente escribo porque leer y releer —en una persona de la cepa a la que pertenezco— es un acto lúdicamente vital, escribir el acto reflejo a ese estímulo.

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El niño malvavisco

Por: Rita Isabel (Titi Rita)

A Manuel Armando

¿Y quién creó a Dios? Aquella interrogante resonó como un estruendoso campanazo en el interior de la pequeña capilla. Si alguien hubiese mirado la llama de la vela que alumbraba al santísimo, diría, que la llama se agitó.

La catequista, una vez más, se sentía en aprietos. Y una vez más esa inquietud surgía a raíz de una ocurrencia del niño que dibujó a los lagartijos apareándose. Ese había sido su dibujo de la creación, hace dos semanas. Hoy era aquella pregunta. El resto de los niños y niñas, de unos seis o siete años de edad, parecían indiferentes a la inquietud de la catequista y a la curiosidad del compañero. Unos miraban a través de las ventanas hacia la carretera, otros dibujaban en sus libretas, algunos soñaban con la hora en que cruzarían la puerta de la capilla camino a sus casas para plantarse frente al televisor, otros miraban el suelo y una niña pidió ir al baño.

El niño de mirada soñadora, sonrisa afable, cabellera abundante y piel de malvavisco esperaba con ansias la respuesta. La catequista luego de dudar, pensar, repensar y titubear al empezar con su respuesta, contestó sinceramente. Mencionó la fe, los misterios y no sé qué más. El niño reflexionó y, sobrecogido, expresó a viva voz; eso es algo que jamás podré comprender…

Si alguien, en el preciso instante que el niño terminó de soltar lo que pensaba, hubiese mirado el rostro de la imagen del Cristo crucificado que engalanaba a la humilde capilla diría que lo vio sonreír.

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Señor Ojos

Por: Rita Isabel (Titi Rita)

A Bernardo Andrés cuando aún no respondía a Berny

El rostro del señor Ojos se iluminó con la llegada de la querida tía postiza. El niño parlanchín, con tres años de edad, abrazó enérgicamente a la tía, una amiga entrañable de la familia. Ambos cruzaron sus miradas pícaras y sonrieron con inteligencia, como si sellaran un pacto.

La de la cabellera azabache y olor a vainilla tomó el libro que le ofrecía, el de los rizos adorables y olor a nuevecito. La tía se sentó e invitó al pequeño señor Ojos a sentarse en su falda. Invitación que el pequeño aceptó. En un (¿o dos?) pestañear después, la tía comenzó la narración. Atención en demasía, concentración inquietante, silencio excesivo… uno escucha y la otra cuenta que cuenta.

El señor Ojos escucha una retahíla de palabras sobre una gallinita colorada, que quiere sembrar, que habla con unos animales para que la ayuden y no lo hacen, que quiere cosechar y el que ronronea, el que ladra y la que muge no la ayudan, que si un molino, que si un pan… y colorín colorado este cuento ha terminado.

Entonces, el señor Ojos con el ceño en severo gesto mira a la tía. Ella sonríe en espera de las preguntas; pues de seguro habrá preguntas. Tanta atención, concentración y silencio es sin lugar a dudas el preludio a un interrogatorio. El pequeño señor Ojos acerca sus labios a la oreja de la tía y le susurra con su voz infantil…

–Tía, las gallinas no hablan.

Los que fueron testigos del evento dirán que como voz narrativa me equivoco. El señor Ojos no susurró, ni intentó siquiera ser discreto, mucho menos esperó al final del relato. A viva voz, y desde el principio del cuento, afirmó que las gallinas no hablan.

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A tres años del viaje: Como semblanzas o seis relatos pasajeros

AGRADECIDA

Tres años de Libros Pasajeros

Por: Rita Isabel

O los embelecos de Ritabel

          En agosto se cumplieron tres años de Libros Pasajeros. Esa utopía que emprendí justo cuando descubría que lo utópico no existe. Hace tres años me apalabré. Y aunque hoy el calendario no marque trece, escribo. Como El Sombrerero loco (que más bien está loco) festejo un no aniversario con té de manzanilla. Me olvido de lo deberes. Imagino que detengo el suceder del tiempo. A cuentagotas y a destiempo escupo cien palabras en esta mi casa, nido de arácnidos y cementerio de esperanzas. Entre telas de arañas y cadáveres verdes, celebro tres años… Por ello no ofrezco mi palabra, ni cien. Doy ciento trece palabras, de que sigo apalabrada.

 

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