“Arrullo”: cuento de Rita Isabel Collazo Vázquez – REVISTA TRAPECIO

https://revistatrapecio.com/2015/02/22/arullo-cuento-de-rita-isabel-collazo-vazquez/

Luminosa

Por: Rita Isabel

A las seis de la mañana uno de sus nietos la encontró arropada de miles de cadáveres.

Imagino sus dedos en movimientos coreografiados desenroscando las tapas de los potes de medicamentos en busca de las dos pastillas de las siete: la minúscula y la no tan pequeñísima. Sus movimientos son delicados y precisos a pesar del pulso en extravío. Puedo escuchar, sin oírlas, las frases repetidas como un mantra mientras busca las píldoras y espera que el reloj marque la séptima hora. Puedo imaginar su mirada, a través de las persianas, en busca de descifrar quién la acompañará. No tiene teléfono para llamar y preguntar. El temor a la oscuridad en soledad aumenta.

Imagino su andar lento, tenso en busca de cómo dar cada paso con el bastón en una mano y en la otra la lámpara, pesadísima para sus brazos de noventa y seis años. Marcha en equilibrio precario para no caer. La veo signándose frente al cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que casi no puede percibir en la oscuridad, pero que no duda de su presencia en aquella pared en la que lleva colgado más de cuatro décadas.

Quizás gritó el nombre de alguno de nosotros, pero nos encontrábamos muy lejos para escucharla o el llamado se ahogó con el ruido de los generadores de electricidad de las casas cercanas. La pienso valiente. Lava su dentadura postiza, su boca y su rostro. Camina a su cama en la penumbra como si cruzara sobre una cuerda floja haciendo malabares con la linterna y el bastón para no volver a caer.

Grito para mis adentros: ¡Tiene casi un siglo!

La puedo ver tanteando en la oscuridad. La siento valerosa vistiendo o desvistiendo su cama para acostarse. Ya sentada sobre el colchón, comienza el ritual nocturno. En esta ocasión sola. Suelta su cabellera y guarda las horquillas debajo de la almohada. Se desnuda. Muda de ropa con dificultad y con el dolor en el brazo como un aguijón de impotencia que le recuerda aquella caída en soledad cuando sus huesos eran menos débiles. Acentúa el arco de su espalda, con esfuerzo arduo, para alcanzar sus pies y calzarse las medias; apenas llega a la punta de los dedos de cada extremidad. Un tirón de dolor la detiene en cada intento. Lo logra… solo en un pie. La sientopienso con deseos de llorar, el pecho inundado de lágrimas, pero no se da permiso al desborde ni a mejillas mojadas. Nadie llegó para acompañarla y la noche menguante la viste de pesadez.

Cierro los ojos y veo lo que ella. No distingue la identidad de los muebles, de los cuadros, de las figuras conocidas en su altar de santos carcomidos por la polilla y la colección de divinos niños ajados por el continuo aseo… No reconoce su hogar. Su mirada está empañada y en la ausencia de sol la pierde. Cierro mi puño y percibo sus manos temblorosas por ser olvidada en noche oscura.

Imagino la magnitud de su temor. La sangre galopa en sus venas demasiado rápido; temerario para un corazón de casi diez décadas. Entre el hormigueo en la piel de pasos de ciempiés que no están, entre el peso de saber que es víctima de la desmemoria… los minutos no pasan, se detienen viscosos. En nocturno precario, en esta isla triturada por vientos, lluvias y corrupción, la abuela está abandonada.

Sin certezas de lo que escucha, ve o espera… una memoria longeva se sumerge en lo incierto. La ausencia de luz le oprime el pecho, le enfría los dedos del pie desnudo. Su piel traslucida se eriza. Teme. El susto se le atraganta en la garganta, ni en rezo sale. Pánico… Las cuentas de su rosario están detenidas en sus dedos agarrotados por la falta de compañía; se le incrustan en la piel helada de la palma de sus manos. Desolada… Implora.

Responde primero uno, luego otro, decenas, centenas, cientos, millares de puntos luminosos. Piadosos, acuden al llamado de la fragilidad, de la ancianidad, de la fuerza vital de la que implora. Y se hizo la luz… Memoriosos concurren por las caricias dadas, por el amparo y el cuidado obsequioso recibido por los que hoy no han podido recordar… Regresó lo conocido… El sueño la vence… Reciprocando su intenso amor, miles la acunan, toda la noche, cubriendo de luz las sombras, recobrando la identidad del hogar… hasta dar la vida por unas horas con ella.

Por eso, a las seis de la mañana, uno de sus nietos la encontró arropada de millares de cucubanos muertos.

Crece

Por: Rita Isabel

Un grito en la penumbra de la madrugada me desgarró. Dormía. En duermevela previo a despertar por completo, me lancé de la cama. Desesperada, en ropa de dormir y probablemente descalza corrí hasta la casa de abuela… oscuridad, respiración convulsa, en asfixie, manos entrelazadas, sus uñas clavadas en mi piel implorando socorro, impotencia, sin su dentadura postiza, cabellera suelta y despeinada, auxilio… Entonces fueron luces encendidas, llamadas, auto, verla alejarse por la ruta serpentina y empinada del monte en el que vivimos, saberla en sala de emergencia, más llamadas, espera que exaspera, semanas en el hospital, acompañarla, delirios… El recuerdo aún arde en la garganta.

Sobrevivió. Regresó sumergida en un mundo surrealista y onírico, aturdida, llorando muertes que aún no llegaban, rememorando las voces de los muertos que la convocaron. Retornó a su cotidiano sin su cabellera larga, se la cortaron. Era difícil peinarla con el moño que mi memoria siempre asoció con ella. Al desenredar su entonces corto cabello, me preguntaba: ¿y si no la hubiese escuchado? Pero la escuché y regresó. Mas su melena no crecía, ni medio centímetro al año.

A casi una década del grito en la penumbra, después de haber llorado muertes que sí llegaron, en sus greñas, como ella llamaba (desde su regreso) a la cabellera que siempre consideró uno de sus más hermosos atributos —cabello que enamoraba— notamos un cambio. Muchas manos pasaban por su cabeza para peinar su rala melena. Aquella mañana mis dedos, no tan diestros como los de ella cuando peinaba mi pelo en mi niñez, lograron hacerle el moño con mayor facilidad. Su cabellera estaba más larga. Crecía.

Como si hubiese despertado de un letargo o como si la hubiese besado su amado, el de la inmensa mirada almendrada que nació un tres de marzo, crecía: centímetros acelerados, multiplicados, centuplicados… Largo, extenso, eterno… Cada mañana era un reto peinar aquella maranta hermosa que cegaba con sus destellos de tiempo teñido color dorado pálido. Crecía imperturbable. Era un desafío encontrar el rostro surcado de memorias de abuela entre cada hebra de cabello. Crecía despreocupado. Luego fue un duelo terso al buscar su cuerpo encorvado bajo aquella densa, abundante y larga melena. Crecía fructífera. Hasta que una mañana no la encontramos más en el infinito laberinto de sus cabellos. Sin embargo, su cabellera aún sigue creciendo. Crece sempiternamente.

Origen (En Ocaso de Flores Polvo de estrellas)

Por: Rita Isabel

Cuando las vi, al cambiar la ropa de cama del colchón, no dije nada. Pensé que era la única que lo había notado; pero cuando mi hermana me habló del polvo de estrellas, supe que no podía ser otra cosa.
Abuela tiene noventa y seis años. Es un poco prematuro, (cuatro años antes de lo usual para ser exacta) no obstante, lógico que se transforme en polvo de estrella. ¿Qué hacer? No se puede hacer mucho.

Comentamos el descubrimiento. No todos concordaron con nuestra hipótesis. Polvo de hadas, pensaron muchos al ver las partículas de las que hablábamos. Una minoría, de inclinaciones fantasiosas, elaboró una hipótesis descabellada sobre partículas sintéticas que salían por lo diminutos poros del plástico que cubría al colchón. Aquello era increíble, tétrico de ser cierto. Aunque pareciese imposible, y espantoso, pensar que abuela estuviera expuesta a ese polvillo, tuvimos que aceptar que había una ínfima posibilidad de que aquello estuviese sucediendo.
Tuvimos que ceder ante el reclamo. Mi hermana y su esposo consiguieron otro colchón. Hoy se hizo el cambio. En unos días o una semana lo sabremos: si abuela se está convirtiendo en polvo de estrella (o de hada) o era un desperfecto del colchón. De ser lo segundo tendremos que admitir que nos equivocamos, que somos unos incrédulos y aceptar públicamente que tenían razón. Nos tocará esperar cuatro años para que el fenómeno se manifieste. De ser lo primero, debemos comprobar si la metamorfosis es a polvo de estrella o de hada. Al constatar en qué se transforma conoceremos cuál es su origen y el nuestro.

Leer 1

Por: Rita Isabel

«Dime lo que lees y te diré quién eres» es un aforismo bastante cierto, pero te conocería mejor si me dijeras lo que relees.

F. Mauriac

            De niña releía “La vendedora de fósforos”, en la adolescencia Jane Eyre, de joven El túnel, Cien años de soledad, Bestiarios. De joven adulta, se pone el asunto difícil, son muchos los libros a los que regresaba. Diré como muestra los títulos: El nombre de la rosa, El perfume, Cuentos de amor, de locura y de muerte. En la adultez los títulos se sustituyen por los autores. Repito a Neil Gaiman, Italo Calvino, Saramago, Borges, Poe, Dostoyevski, Bioy Casares, J. R. R. Tolkien… Siempre regreso a Eduardo Galeano y a Agatha Christie. Ando con deseos de releer a Felisberto  Hernández y a Miguel Ángel Asturias, a los que conocí hace poco. Asimismo, redescubrí en estos días a Benito Pérez Galdós y me gustaría releerlo. Miro los estantes de libros de mi cuarto de lectura-escritura para no olvidar a nadie y me percato que que no mencioné a Juan Ramón Jiménez… Confieso que releo mucho, me pregunto si demasiado. Mas a Mauriac, del que sé muy poco, le pregunto: ¿me conoces mejor?

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