Coral

Por: Rita Isabel

a la sietemesina Antonia(mi abuela)

Ambas compartían el mismo nombre y sentían una gran predilección por el azul. Por eso, cuando la nieta preguntó, la abuela respondió con un tejido de palabras.

En uno de tantos comienzos, cuando se existe pero no se es…

Una minúscula partícula de existencia, que podría ser, habitaba en el azul. En el quinto color del espectro solar, en el azulino cósmico, planetario, oceánico, en el azulado mar caribeño, en el celeste antillano, en el azul candente y tropical, palpitaba. Era tan intenso el azul que su existencia se convirtió en un viaje infinito. En ese viaje, ya cerca de un destino finito, se encontró con los vientos alisios. De ese encuentro, el azul, se transformó en aliento.

Como aliento encarnó en un cuerpo. Como cuerpo tomó conciencia. Como conciencia cobró identidad. Como identidad eligió un nombre; un nombre para despistar.

Semejante respuesta dibujó en el rostro de la nieta un mapa de interrogantes; en el rostro pícaro de la abuela, desdibujó el paso de los años.

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El día que votó la mujer con patas de elefante (Primera parte 1/3)

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A manos llenas

Por: Rita Isabel

Al pequeño Carlin (mi padre)

          Mirabas perplejo tus manos vacías, sobre todo tu mano derecha totalmente desnuda. Inicialmente habías insistido, reclamado, exigido, increpado. Luego lo habías pedido por favor, habías suplicado, angustiosamente implorado y a fin de cuentas: nada. Más adelante, le seguiste hasta el cuartel con actitud de terca expectativa; allí te expresaste con vehemencia infinita haciendo gala de toda la retórica que tu infantil repertorio de palabras te permitía. Argumentaste una y otra vez; pero nadie hizo caso de tu letanía de razones… Después de tantas palabras, tus manitas quedaron vacías.

          Por eso las mirabas perplejo, a tus manos vacías, sobre todo tu mano derecha despojada de tu guante, de tu guante para izquierdos. Allí, ante los ojos de todos aquellos «hombres de ley», tus manos seguían vacías. Él, al amparo de la autoridad que su uniforme le infundía te arrebató el guante de pelota, porque sí o porque equivocó su juicio al ser víctima de circunstancias personales desconocidas para nosotros; y no hubo razón alguna que le convenciera en devolver lo que no le pertenecía. Nadie juzgó prudente defenderte, ni siquiera sus iguales; aunque en sus rostros se trazaba la misma pregunta que surcaba tu mente. ¿Por qué te lo quitó?

          Te arrebató uno de los pocos regalos que habías recibido en tu corta vida sin lujos. Nunca habías tenido algo así. Fue un regalo de aquellos buenos hombres con los que jugabas pelota en el parque. Te lo obsequiaron por lo bien que jugabas. ¡Imagino tu sorpresa! ¡Un guante derecho, tan poco común, tan difícil de conseguir!

          Levantaste la mirada de tus manos vacías y emprendiste la marcha hacia cualquier lugar que te alejara de estos hombres con uniformes e insignias que les quedaban grandes. Sin perder la perplejidad por lo perdido, caminabas sin rumbo, en cada paso renegabas, rumiabas tu desgracia, refunfuñabas, rascabas tu cabeza en un gesto involuntario de desesperada incomprensión. Cada piedra en el camino se convertía en un proyectil de tu ira y tus pisadas poco a poco se transformaron en patadas de amarga inquina. Y cuando el coraje llegaba al límite y ardías de vergüenza por tus manos vacías: lo viste. Viste a un pájaro en el camino, pensaste que estaba muerto. Pudiste patearlo como a las piedras, mas con resolución tomaste al ave entre tus manos y con vehemente suavidad soplaste su cabecita. Ante tu mirada perpleja el pájaro recuperó el aliento y alzó vuelo. Y ya no te pesó más tu mano derecha desnuda y ya no pensaste más en el guante para izquierdos que te arrebataron. Tus manos ya no estaban vacías, proseguiste tu camino: a manos llenas.

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Sin fin

Por: Rita Isabel

          Disfruto escribir; sin embargo en compañía de un pelotón de aprendices de escritores y a instancias de un profesor autor, a veces, percibo la escritura como una tortura o pesadilla. Si la instancia viene acompañada de un límite de tiempo y con el requisito de leer en voz alta con inmediatez lo que salga de ese ejercicio de suplicio, es un espanto.

          La página en blanco, que en otras condiciones es un espacio lúdico, se convierte en un instrumento que provoca angustia. Mas si has pasado por la tortuosa experiencia varias veces y ya sabes lo que va a ocurrir, la página en blanco parece burlarse de ti.

          Quizás una persona normal (y digo quizás, porque temo que no soy una persona normal, y como no estoy segura si lo soy, se me hace difícil descifrar qué haría la normalidad ante circunstancias similares) vendría preparada. Probablemente tendría las ideas de posibles escritos; aunque sepa que difícilmente sabrá con exactitud qué le van a pedir, insisto, tendría un «algo» que le sirva de trampolín para disfrutar de la vivencia. Pero, como ya expresé, me temo que no soy una persona normal y me lanzo a la experiencia de pecho, bajo protesta, a lo loco y consciente de que posiblemente me quemaré.

          Mi más reciente vivencia de este tipo me enseñó que rendirse y «ondear» la página, que hasta segundos antes de acabarse el tiempo estaba en blanco, puede tener resultados que sirven de salvavidas. No obstante, colijo que optar por una salida que otros perciban como jocosa puede ser el truco, lo malo del asunto es que no era esa mi intención, fue más bien un acto desesperado.

          Debía escribir un microrrelato. Como no logré que los puntos de araña de un tejido de mudillo se convirtieran en microficción se me ocurrió escribir una nadería. Y esa insignificancia como gesto de obediencia, y a la vez protesta, fue bien recibida, demasiado bien recibida para mi gusto. La comparto hoy sábado 13 porque en este día cuento con la fortuna de escribir cuando el calendario marca diez más tres.

Sin fin

         Esta es la historia de nunca acabar, porque nunca empezó.

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Runrún 7

          Hoy Libros Pasajeros pasó por Libros Libres en Caguas. El 8 de enero de 2016, como regalo de Epifanía, recibimos noticias de uno de los ejemplares viajeros de Como semblanzas o seis relatos pasajeros. Como libro emancipado, buscó su espacio entre tomos y ejemplares liberados en Libros Libres –proyecto comunitario dirigido a retomar los espacios públicos en desuso mediante el establecimiento de «bibliotecas callejeras» de libros liberados.

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          Agradecemos a las manos que lo ubicaron allí. Este ejemplar es el que comenzó su viaje en Barranquitas; y como viajero con ganas de ser leído, ya no se encontraba en Libros Libres en el municipio de Caguas, Calle Corchado, Esquina Ruiz Belvis frente a la Plaza de Recreo Santiago R. Palmer.

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          Sólo nos dejó una estela de preguntas: ¿dónde está?, ¿qué manos lo acogieron?, ¿tendremos más noticias sobre su viaje?