Ramonita: Undécima entrega

Por: Rita Isabel

Ramonita Letraherida, la pequeña Monín ya abuela, sigue atrapando significados y significantes al capturar historias. En este año de celebración se han sumado lecturas a su listado casi infinito, desde historias ya conocidas como Ana de las tejas verdes de Lucy Maud Montgomery o libros nuevos como Corazón y raíz: La alegría de un hombre llamado Ricardo Alegría de Tina Casanova y hasta relatos sobre una de sus escritoras favoritas El secreto de Agatha de Marie Benedict. La historia de Ramonita es un Continuará… En este tres de noviembre, a un mes de celebrar sus 80 años, tomamos las palabras de Eduardo Galeano (y con respeto irreverente las parafraseamos) para comenzar el cierre de este festejo de mes en mes, de tres en tres:

Ventana sobre las vísperas

(Adaptación)

Enrojecen las hojas de pascua,

florecen, de pronto, las rosas

el pitirre canta sin parar,

se echan las gallinas con las alas abiertas, cuchicheando,

cantan una nana las guineas,

el coquí salta en subida no en bajada,

los chanchitos vuelan,

las esperanzas entran,

salen las salamandras,

los múcaros se dejan ver,

vuelan en remolino los guaraguaos,

vuelan en fila zigzagueante los zumbadores,

remontan el vuelo las sirenas desde el mar

y tiene gorro de nubes el Cerro Maravilla

Así se anuncia el festejo de los ochenta años

de Ramonita Letraherida, según dicen los que conocen el porqué de los cuándo.

Ramonita: Décima entrega

Por: Rita Isabel

Algún día tendrás la edad suficiente para leer los cuentos de hadas de nuevo.

C.S. Lewis

La ere, la a, la eme, la o, la ene, la i, la te y la a podrían ser parte del alfabeto éntico. Ramonita es un nombre que crece continuamente; es como una historia. Los nombres verdaderos, como el de Letraherida, cuentan la historia de quienes lo llevan. Así es en el viejo lenguaje éntico, lenguaje encantador en el que lleva mucho tiempo decir algo en él, pues nunca se dice nada excepto cuando vale la pena pasar mucho tiempo hablando y escuchando. La pequeña Monín, ya abuela, viajó con sus nietos a la Tierra Media. Allí además de hablar como Ent, comprendió, con los hobbits, que lo mejor es amar ante todo aquello que nos corresponde amar, hay que empezar por algo, y echar raíces, y el suelo de la patria es profundo. Sin embargo, hay cosas más profundas y altas. Y si no fuera por ellas y aunque no las conozcas, ningún ser podría cultivar la huerta en lo que llamamos paz.

De la Tierra Media, pasó a Narnia y de Narnia llegó con sus nietos a Fantasia donde los caminos solo se pueden encontrar con tus deseos; y solo puedes ir de un deseo a otro. Lo que no deseas te resulta inalcanzable. Eso es lo que significa «cerca» y «lejos» en Fantasia, donde tampoco basta con querer marcharse de un lugar. Tienes que querer ir a otro. Tienes que dejarte llevar por tus deseos.

Con el deseo como brújula llegaron al andén 9¾ para viajar en el Expreso de Hogwarts. En su destino se tropezaron con la piedra filosofal, entraron en la cámara secreta, conocieron al prisionero de Azkaban, se toparon con el cáliz de fuego, se unieron a la orden del fénix, descubrieron el misterio del príncipe, coleccionaron las reliquias de la muerte, supieron del legado maldito y comprendieron que son nuestras decisiones las que en realidad demuestran quién realmente somos mucho más allá de nuestras habilidades y que el amor es el poder más grande que hay.

Del mundo de brujas y magos llegaron a La ciudad de las Bestias, para luego viajar al Reino del Dragón de Oro y finalmente llegar al Bosque de los Pigmeos. Al salir de las Memorias del águila y el jaguar se enfrentaron a Una serie de eventos desafortunados.

Con El último Elfo viajaron en busca del último dragón y sazonaron todo con albahaca. De paraje en paraje también conocieron el territorio Alagaesia. En fin, que la niña Monín ya abuela, habita en la tierra literaria y en la literatura fantástica, continúa con la caza de significados y significantes. Sigue atesorando historias y comparte con su prole el poder de la palabra, la magia de leer historias porque sabe que la lectura nos ayuda a movernos con mayor facilidad por el mundo y a vivir desde el entusiasmo.  

Un junte de música y palabra para Trece puntos de araña

Rafael Flores Orozco en Libros Pasajeros: Hijo del campo

“Hijo del campo,

Pa’ ti el monte

Pa’ mí un encanto

Vida tranquila

Noche de manto

Coquí en la esquina

Grillo en su canto

Navidades con neblina

Canciones a los santos

Trullas que se arriman

Unidos como lazo

Ron pal que se anima

Te recibo con abrazo

Pa’ todos comida

Gente buena es el caso

Felicidad es vida

La fiesta no la paro

Mañana fría

Montañas a lo alto

El viento pita

Olor a barro

Mejor vista

Sol pa’ apreciarlo

Luna que brilla

Sueños los amarro

Árboles de silla

Caballos son carro

Metido en la finca

Ver lo que narro

Esto nadie me lo quita

Por que soy hijo del Campo…”

CON100T

Rafael Flores Orozco: El escrito o rimas porque realmente no sé cómo llamarle, es mi descripción, amor y orgullo de donde vengo. Al momento de escribirlo pensé mucho en la época de navidad, mis abuelos como parte esencial de ese amor que me amarra al barrio y la figura del jibar@ que para mí es un orgullo cuando para otros es un tipo de burla. Sigo y seguiré siendo hijo de este campo.

Rafa en Libros Pasajeros

Carmen Santiago Acevedo en Libros Pasajeros: TROGLODITAS

Me dispongo a caminar a la librería del área. El barrio que era antes, destruido por los embates de un huracán reciente, es ahora un conjunto de sueños glorificados. Una esquina de la avenida y sus edificios aledaños componen un mundo ideal, donde no hay paredes despintadas, donde cruzamos los mismos, los de siempre.

Al menos, si estas en busca de intelectualidad y saberes allí están disponibles.

Mesas llenas de lecturas nuevas y viejas se amalgaman en anaqueles perfectamente ordenados.

El que ordena y atiende en ese mágico lugar, es un autor de los nuestros, olvidé su nombre, solo reconocí el rostro serio, puntual, con la sonrisa en sus labios y también su demencia.

Nos cruzamos saludos mañaneros, felicitaciones de un año que está por comenzar, y del que no sabemos que traerá, o en realidad lo sabemos (creo que ambos sabemos) y lo ponemos debajo de la mesa, mientras hablamos.

Cual ratón de biblioteca, rebusco en lugares que creo no haber visto, en tantas visitas que he hecho a ese lugar. Los anaqueles son iguales, los títulos nuevos, o el recuerdo no me deja llegar, los he repasado en más de una ocasión.

Nuevos autores y autoras se cruzan en mi camino, de Brasil, clásicos de Rusia, poemas del Caribe y agradezco a las manos que se ocupan de traducirlos y ponerlos en textos que leemos en el idioma materno.

Ahí me siento, selecciono, Mare Nostrum, dice de poemas de una de las nuestras, y otro de un autor ruso que cuenta las rebeliones de uno de tantos países oprimidos, a ver si aprendo algo.

Ordeno el café, me siento, hojeo poemas, escojo los que voy a leer hoy y llegan de manera intempestiva, ruidosa, irrespetuosa para mí un grupo de varones, a sentarse a la mesa, donde calladamente, estoy leyendo.

Ninguno dice buenos días, creen que no es importante, no cruzan mirada ni conmigo, ni con algún ser vivo de las mesas aledañas.

Antes de su llegada, estaba sola en la mesa, ya el silencio no será mi acompañante. Son seis, testosterona “ful”, ninguno saluda, ni uno y eso que levanto mi mirada en varias ocasiones, para darles oportunidad de los buenos modales. Ni unos buenos días. Hablan entre ellos, parecen una manada.

Acomodo mis libros más cercanos a mí, asumo que usaran la mesa para almorzar, aunque hasta ahora no ha habido ningún intercambio. Comienzan a sentarse de uno en uno, el mundo solo para ellos.

Levanto la vista en varias ocasiones, pienso en las madres, tías, abuelas, maestras que tuvieron a su alrededor en la niñez, en la adolescencia, en la temprana adultez. Quizás alguien quiera cruzar mirada, pienso, nada. No hay ni intercambio visual, ni soñar con alguno verbal.

Hay uno del grupo más vocal, como en toda manada. Habla más alto, hace chistes para llamar la atención de los otros y luego los demás lo imitan.

Sacan un aparato de sus mochilas, que no reconozco, tamaño pantalla pequeña, algo electrónico, y cada uno saca uno similar, y lo coloca frente de sí.

Uno le recuerda a otro que ese es su control remoto.

Entre leer y levantar la vista para recrearme en el comportamiento social de este grupo, intento descifrar; no es un teléfono, no es una computadora, no es una tableta.

Todos miran atentos a sus pantallas, son seis, así que asumo por los comentarios, que juegan entre sí. Juegos y aparatos que no existían cuando yo nací en 1966. Ahora comprendo que el juego es compartido. Se divierten, parece, por sus expresiones, sigo en los poemas, menos mal que Mare Nostrum me acompaña. Levanto la vista de cuando en vez y de vez en cuando, por segundos, mi pausa se extiende a varios minutos, a veces, nadie quiere comunicarse, al menos no con humanas que compartimos mesa en un espacio público. Risas, nada. Leo la mitad del libro de poemas, les comienzan a traer sus almuerzos a la mesa, de uno en uno.

Temen soltar el aparato, algo temen soltar. Imagino, llego a conclusiones sin saber. Y luego de uno en uno, lo colocan en la mesa, el aparato, toman sus tenedores y cuchillos (alivio de que no fuesen a comer con las manos) para picar lo que parece pollo. Lo devoran, recojo mis libros, agrupo mi taza del café y mis desperdicios. Quiero irme, vuelvo y miro. Me levanto cuidadosamente, digo en voz audible “Buen provecho”. Uno de ellos el más cercano a mí en la mesa, se digna responder “Gracias”, escucho.

Trogloditas.

3 de diciembre de 2017

Carmen A. Santiago Acevedo: Creadora, observadora de la Vida, ciudadana caribeña, boricua…

Año de nacimiento: 1966 (Mayagüez, Puerto Rico)

Trogloditas: El cuento surgió de manera breve, brevísima, sentada en la Librería AC de Santurce el 3 de diciembre de 2017, año de muchos golpes, mucho dolor, dolor patrio compartido por todos. En esos años, y en todos los años que recuerdo desde adolescente, agarro cualquier libreta y escribo mis pensamientos, lo que siento de una manera espontánea.

Todo paso de manera real, así que asumo es una narrativa anecdótica. Allí, sentada buscando la calma, la serenidad, momentos de lectura, se acercaron los personajes reales de esta anécdota. Solo les añadí una manera de llamarlos. Les nombré Trogloditas, porque en los recuerdos de mi niñez rodeada de familiares adultos, padre, madre, tías, tíos, abuela, una de las cosas que se  resaltaba eran los modales. No practicarlos en ese tiempo, era renunciar a tu clan. Ser educada era sinónimo de pertenecer, de ser una ciudadana valorada en la sociedad. Los trogloditas en mi mente se definen como personas, (parecidos a lo que imaginamos en época de las cavernas) que ocupan un cuerpo humano pero que en su actuar, recrean lo peor de sus modales o, como no han evolucionado socialmente, actúan con comportamientos como los que imitan de animales que tienen a su alrededor. Seres humanos que por opción deciden negar aquellas buenas costumbres que muchas personas en sus grupos cercanos les enseñaron. El término exagera, a propósito, sus comportamientos de mala educación y les asemeja más a seres que no reconocen la presencia de otros en su caminar diario y que actúan desde la inconciencia, imitando a otros.  El término denota torpeza, desdén, desprecio de las otras vidas, acciones rudimentarias, por eso Trogloditas. 

Se me atropellan las palabras al escribir manualmente, porque llegan todas a la vez, como las ideas y así fue al escribir esta anécdota.  

Felicito a Libros Pasajeros en su aniversario, por enlazarnos, por ser puente, por mantenerse vivo, presente, tejiéndonos como telaraña.

Carmen en Libros Pasajeros