Runrún 6

Noticias del rumbo de dos ejemplares

        El 28 y 29 de diciembre de 2014 recibimos noticias de dos de nuestros ejemplares viajeros. El domingo 28 el par de manos que acogieron a Como semblanzas o seis relatos pasajeros en Sevilla, España, andaban de visita por La Mesa Alta en Caguas, Puerto Rico. Nos contaron que el libro ya partió de Sevilla y anda en Barcelona.

       El lunes 29 nos topamos con un grato mensaje en nuestro correo electrónico (librospasajeros@gmail.com) en el que nos daban noticias de uno de nuestros libros transeúntes. El ejemplar que inició su viaje en Hato Rey, Puerto Rico, para luego pasar a Vancouver, Canadá, ahora se encuentra en Rosario, Argentina.

Casi, casi

Tenga la bondad (Alias: Casi, casi)

Por: Rita Isabel

          Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor. Tecleo esas palabras con la sensación de ser víctima de lo que el sociólogo Robert K. Merton llamó profecía autorrealizada o autocumplida, concepto que deriva del teorema de Thomas: Si una situación es definida como real, esa situación tiene sus efectos reales. Aunque también podría decir que la sensación es la de un «déjà vu». Mas, para ser precisa, lo que siento es una paramnesia imperfecta, pues estoy consciente de que es la primera vez que tecleo esas palabras y no debo confundir el momento que las escribí, a mano, en mi libreta con este instante. Si bien en ambos momentos predominó en mí la certeza de ir directamente al matadero por la imposibilidad de escribir un cuento con semejantes palabras.

          Escribir las palabras y comprender la incapacidad de idear un cuento que las integre, las hilvane, las trame, es lo mismo. Lo supe cuando las escuché por primera vez y apunté las instrucciones que indicó el profesor para el ejercicio de esta semana. Oí, y al escuchar, sentí un frío en las entrañas y un sabor a náusea se pegó a mi lengua. Pero me resistí y como en las ocasiones pasadas me propuse morir en el intento aunque supiera que el resultado sería un casi, casi llegar al objetivo del ejercicio. No sería la primera vez; el primer día de clases me quedé corta, con la caracterización de los personajes casi, casi comprendí la geometría de los mismos, con el ejercicio de estructura no tradicional casi, casi plasmo el conflicto donde debía estar y con los puntos de vista narrativos casi, casi logré primera persona observador. Por lo que en resumidas cuentas casi, casi no morí en cada intento.

          Con ese motivador casi, casi salí dispuesta a sacudirme esa sensación de impotencia e imposibilidad que aceleraba mi corazón sin llegar a la taquicardia, revolcaba mi estómago sin llegar al vómito y me mareaba pero sin llegar al desmayo. Y temí que al enfrentar el momento de escribir el cuento, con un pie forzado que sentía como camisa de fuerza, por no llegar a la taquicardia, al vómito o el desmayo, terminaría sangrando por los poros como Jesús en el huerto de Getsemaní.

          Sé que pensarán que exagero. La oración del pie forzado es simple; el ejercicio mucho más libre que los anteriores. ¿Por qué pensar que es una camisa de fuerza? Mejor pensar lo que es un pie forzado, un estímulo, un reto interesante. Así también lo pensé, mientras conducía mi auto camino a mi casa y calculé con cuánto tiempo contaba. Proyecté en mi mente cada minuto que tendría disponible desde esa noche del lunes 15 hasta el lunes 29 de septiembre. Si utilizaba todo mi tiempo no comprometido con el trabajo y las responsabilidades familiares, el tiempo era justo, pero más que suficiente para lograr escribir un cuento.

          Me sentí hasta contenta. Por fin superaría el casi, casi… No obstante no canté victoria, aún no tenía la idea, no sabía qué iba a contar. Además no podía dejar a un lado el ejercicio que tenía asignado para el lunes 22 de septiembre, que fue el casi, casi de la primera persona observador; ni dejar a un lado las lecturas que tenía que hacer. Pero todo parecía ir en contra de cumplir la dichosa profecía autorrealizada, pues el jueves mientras me bañaba surgió la idea: ¡eureka! Ya sabía lo que iba a contar. Ahora era cuestión de sentarme a escribir. Pero, ese fin de semana eran otros mis trabajos, mis prioridades por las fechas límites… y ansiaba llegar al próximo viernes cuando libre de ataduras del trabajo y familia me enclaustraría a escribir aquel cuento para superar el casi, casi y neutralizar la profecía.

        Pero para mi sorpresa, el lunes 22 de septiembre recibí otra encomienda, un ejercicio grupal de punto de vista no tradicional que me hizo sentir como Sísifo. Sentí que, más que recibir un balde de agua helada, todo mi ser se chorreaba casi a punto de congelación. Eso descuadraba mi fantástico orden y distribución de tiempo. Pero no desistí de ir en contra del vaticinio de mi fracaso; pues contaba con un equipo de trabajo chévere.

          Al día siguiente la impresión de chorrear se convirtió en diarreas y reflujo. Mi cuerpo estaba somatizando o trataba de expulsar de mi ser toda sensación de trágico desenlace. Y drogada para no seguir vaciándome sobreviví a mi día de trabajo y llegué a mi otro curso en el que recibí una prueba corta, la extensión es relativa, para entregar el martes 30. A esto se le sumó una inesperada reunión para el sábado del equipo de trabajo. Enumerar las peripecias que conlleva un trabajo en equipo, de redacción creativa, me parece masoquismo. Por lo que ni pensaré en ello.

          Y mi viernes ansiado se desvaneció al optar por hacer las lecturas para la clase y tener listo el trabajo en equipo para la mañana siguiente. Saltaré mi sábado porque fue como un sueño pesado y un día poco productivo en que los minutos se sucedían sin lograr completar nada. La tensión pasmó mi espalda y el fluir de mis ideas. Supe que no podría escribir el cuento que había ideado bajo la ducha aquel jueves que ahora me parecía tan lejano. Como condenada a muerte pensaba en el domingo, no como una oportunidad de salvar mi vida para superar el casi, casi, sino como las últimas horas de mi existencia literaria.

          El preludio nocturno al último día disponible para superar el casi, casi estuvo salpicado de los recuerdos de las lecturas hechas del libro de Carmen Lugo Filippi Los cuentistas y el cuento. Sus palabras taladraban mi mente. No podría emular a Poe y a los chinos al escribir el cuento comenzando por el final porque ni tenía idea de cómo iba a terminar. Quizá sí lograría seguir las palabras de Chejov cuando recalcaba que en la narración de un cuento debía eliminarse lo superfluo, si partía de la premisa que superfluo sería, en este caso, escribir algo. Y ni hablar de Quiroga, ¿cómo podría lanzar una flecha calculando con precisión la que sería su trayectoria si no sabía cuál era mi blanco?

          Y el domingo, el casi, casi me atacó. Casi, casi tenía taquicardia, casi, casi vomitaba, casi, casi perdía mis entrañas por las insistentes diarreas, casi, casi, me desmayaba, casi, casi no podía moverme por el espasmo en la espalda, casi, casi me quedé sin uñas al recaer en una mala costumbre superada hace unos años, casi, casi me muero cuando me percaté de que ya no quedaba tiempo; pero no sudé sangre como Jesús. Por eso, porque no sudé sangre espero que el lector tenga la bondad de no crucificarme (contrario a lo que hizo el dios de los cristianos con su hijo amado) cuando tenga ante sí este papel casi, casi en blanco con el encabezado correspondiente para el ejercicio de esta semana y con el pie forzado como única oración del cuento.

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Escasez a la dos

A Liliana Felipe por su canción: Ajo 

Primera versión

Escasez

Por: Rita Isabel

               María Cristina, antes de salir de su casa para buscar a su abuela y llevarla al supermercado, se preguntó cuál sería la reacción de su querida abuelita cuando se enterara de aquella hecatombe: escasez de ajo en Puerto Rico. Aunque esperaba una cantaleta, no imaginó que iría como rezando letanías camino al supermercado. Todo comenzó con un: ¡Virgen Santísima y ahora qué me hago sin ajo! Luego continuó con un: porque tú sabes nena que sin ajo no hay sofrito y el ajo es un antioxidante, antibiótico y antídoto contra casi todos los males. María Cristina solo asintió con la cabeza ante estas afirmaciones, pero minutos después se encontraba repitiendo la palabra ajo en respuesta a las preguntas y frases de su abuela.

–¿Cuál es el mejor condimento que resalta el sabor de todos los ingredientes de nuestro sofrito? –preguntó la abuela.

–Sin lugar a dudas: ajo –respondió la nieta.

–¿Qué usamos para desparasitar?

–Ajo.

– Para aliviar el dolor de garganta…

–Ajo.

–Contra la artritis…

–Ajo.

–Contra padecimientos de la vejiga y los riñones…

–Ajo.

–Para regular la presión arterial…

–Ajo.

–Para combatir las varices…

–Ajo.

–Para controlar el azúcar y el colesterol…

–Ajo.

–Para la mala digestión…

–¿Ajo? No creo abuela –interrumpió María Cristina la letanía perfecta.

–¿Cómo que no? –responde la abuela como si estuviera airada.

–A mí el ajo me cae pesado al estómago.

–Por eso, para la mala digestión –dice la abuela con una risita.

–¡Ajo! –dice María Cristina a carcajadas.

Para prolongar las risas y disipar por completo la preocupación de la abuela, María Cristina, la reemplaza en dirigir la recitación.

–Para el mal aliento… –dice la nieta.

–Ajo –responde la abuela risueña.

–Contra los vampiros…

–Ajo.

–Para el cara… –se aventuró María Cristina a decir con un dejo juguetón.

–Jo –dijo la abuela en cómplice transgresión.

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Segunda versión

Escasez

Por: Rita Isabel

          Piedad y Clemente se santiguaban. Amparo y Salvador clamaban al cielo. Milagros y María invocaban a todos los santos y a los que no eran tan santos. Socorro pedía auxilio hasta al mismísimo diablo y Jesús no dejaba de «googulear» en busca de una solución. Todos en peregrinación, peregrinaje, procesión, cruzada en busca del preciado y predilecto recurso. Aquella era la hecatombe: escasez de ajo en Puerto Rico.

          Por culpa de los chinos concluyeron algunos cuando Esperanza dijo que, según lo que leyó, desde hace unos años una empresa china ha estado inundando el mercado estadounidense con ajos de baja calidad a precios más que bajos. Por culpa de los gringos pensaron todos, pero no lo dijeron, cuando Bárbara puntualizó que esa práctica de los chinos ha significado la desaparición de un fracatán de los procesadores de ajo en California. A esto Prudencio comentó que hubo una solicitud del gobierno federal a los importadores de ajos en los que requirió una retahíla de documentos adicionales a los que acostumbran a pedir como medida de protección para los agricultores californianos.

          Cuando Eugenio añadió que, según diversas estadísticas a nivel mundial, China es el principal productor de ajo con 23,000 millones de libras anualmente, lo que representa el 77% de la producción global; y luego dijo, que Estados Unidos es solo el sexto productor con apenas un 1.4% de producción global, ya nadie prestaba atención. En aquella kilométrica y peregrina fila, desordenada y alborotada, sin principio y fin, ya solo se pensaba en las impresionantes propiedades del ajo. Se comenzó a escuchar una letanía improvisada.

          El mejor condimento de nuestro sofrito: el ajo. Nada más rico que el pan con ajo. Nada más exquisito que yuca al ajillo. Nada más sabrosito que el mojo de ajo. Nada más suculento que camarones al ajillo. Pollo con ajo, pavochón con ajo, lechón con ajo… Para desparasitar: ajo. Para prevenir infartos: ajo. Para regular la presión arterial: ajo. Para aliviar el dolor de garganta: ajo. Para combatir la artritis y las várices: ajo. Para controlar el azúcar y el colesterol: ajo. Para corregir el estreñimiento y desinfectar toxinas en el sistema digestivo: ajo. Contra padecimientos de la vejiga y los riñones: ajo. Como descongestionante, antioxidante y antibiótico: ajo.

          Aquella letanía perfecta, que iba desde el santo condimento al suplemento medicinal, parecía interminable hasta que se escuchó: no queda más ajo. La fila se dispersó más rápido que ligero, a las millas del chaflán, en un ay, bendito. Todos salieron en tropel en busca de otro supermercado, plaza de mercado, tiendita, chinchorro, colmado en el que encontraran el preciado y predilecto recurso. Piedad, Clemente, Amparo, Salvador, Milagros, María y Socorro, con disimulo, le pidieron a Jesús que verificará en el GPS la nueva ruta a seguir.

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Con los pies en la cabeza

Con los pies en la cabeza

Por: Rita Isabel

–Quita tus pies de mi cabeza –dice Sofía a Luisito que está acostado junto a ella, lejos del resto de los niños, como es lo usual a la hora de la siesta.

–¿Por qué? –cuestiona Luisito con genuina curiosidad mientras retuerce su cuerpo para continuar acostado de manera que sus pies toquen la cabeza de Sofía.

–Porque tengo muchos pies en mi cabeza –dice Sofía en un tono de voz casi inaudible; pues sabe que la maestra los observa y los puede regañar si alzan la voz.

–¿Qué? –pregunta Luisito mientras aleja sus pies de la cabeza de Sofía.

–Que tengo muchos pies en la cabeza –dice Sofía masticando cada palabra.

–¿Cómo es eso? –cuestiona intrigado Luisito.

–No te puedo decir –responde Sofía mientras se rasca con insistencia, en la cabeza, cerca de la nuca.

–¿Por qué? –pregunta Luisito al colocar, nuevamente, los pies en la cabeza de su amiguita.

–Ya te dije y saca tus pies –contesta Sofía.

–No me dijiste.

–Porque no te puedo decir –ahora Sofía se rasca con insistencia sobre la oreja izquierda.

–¿Y por qué no lo puedes decir?

–Mi mamá dice que no lo puedo decir.

–¿Por qué?

–Porque casi están muertos y es un secreto.

–¡Muertos! Eso es malo.

–Es bueno que estén muertos como los mosquitos –replica Sofía con seguridad.

–Mi mamá dice que no tenga secretos. Son peligrosos. Hacen daño.

–¿Peligrosos como el fuego?

–No, no queman. Es malo tener secretos porque no se dicen.

–¿Como las malas palabras?

–Sí.

–Mi mamá no dice malas palabras. Los secretos no son malos.

–Pues dímelo –expresa Luisito con terca insistencia.

–Mamá dijo que no le dijera a nadie.

–Pero yo soy tu amigo.

–Mamá dijo que a nadie es a nadie.

–Yo no veo nada. No hay nada en tu cabeza… solo pelo.

–Sí que hay. Es un secreto.

–En tu cabeza solo hay pelo y huele a ensalada.

–Y tus pies a sicote.

–¿Qué es un sicote?

–No sé.

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A un año y un día: ¡GRACIAS!

A un año y un día de iniciar el viaje de nuestro primer ejemplar liberado de Como semblanzas o seis relatos pasajeros, desde treinta países varias miradas se han posado en Libros pasajeros. Entintados de azul caribeño podrán apreciar desde dónde hemos recibido visitas a nuestro blog. ¡GRACIAS por las miradas y las lecturas!

 A un año y un día

¿Dónde andan los 12 ejemplares, más 2, liberados? Dicen por ahí que algunos todavía siguen en las primeras manos que los recibieron, pero otros andan del tingo al tango. Lo que sí sabemos es que han viajado por Canadá, Estados Unidos, Chile, Italia, España. En Puerto Rico se rumora que han estado en Caguas, Barranquitas, Ponce, San Juan, Trujillo Alto, Cidra, quizás Aguas Buenas… A todas las manos que han recibido a los ejemplares de nuestro libro viajero: ¡GRACIAS!